Maradona: haz lo que se te de la gana

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No se dejen engañar: lo que usted ve no es real. El Maradona que importa no es el que han inventando los medios. Es el Diego. El jugador. El más grande de todos los tiempos. 

 

“Y cuando Maduro ordene, estoy vestido de soldado para una Venezuela libre”. Uno puede estar en desacuerdo, o no, con semejante afirmación tan temeraria; uno puede condenar desde lo más profundo de su ser político que alguien se atreva a apoyar con tanta vehemencia a un régimen dictatorial y represor. Todo lo que quieran. Uno puede salir a decir que Maradona, a quien pertenece esta declaración, es un hijodeputa, un rojo, un acomodado, un ignorante… pero, ojo, no se confundan: ese Maradona es simplemente un personaje público, un producto de la época mediatizada en la que vivimos, no tiene nada que ver con el jugador de fútbol.

 

Desde mucho tiempo atrás, la gente insiste en confundir a Maradona con el Diego, el pibe que jugaba a la pelota. Se dice, en conversaciones que rayan con el absurdo, que el Diego no puede ser el mejor jugador de la historia porque le gustaban la farra, las putas y el perico. También se dice que no puede ser considerado el mejor porque no es buen ejemplo para los chicos. ¡¿Qué carajos les pasa?! ¡¿Qué nos importa a nosotros lo que el Diego hiciera o dejara de hacer por fuera del rectángulo de cal?! La generación en la que yo crecí se ha privado de la maravillosa historia del Pelusa, por culpa de la censura de nuestros mayores. El Diego, quizá el más grande de todos los tiempos, ha sido confundido por la sociedad mojigata con Maradona, “el gordo drogadicto”. Qué triste.

 

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Sabe mal. En vez de ocupar tanto espacio en la prensa, contribuyendo al espectáculo burlesco en el que se ha convertido el mundo del jet-set futbolístico, debería recordarse al Diego, pues como él no ha habido ninguno. Debería hablarse del mundial 86, pero no solo de su gol con la mano; hablar del doblete que le hizo a Bélgica en semis, de la forma como tranquilizó a su equipo cuando parecía que Alemania les remontaba la final sin remedio, de su pase bendecido a Burruchaga.

 

De la misma forma, sería mejor hablar de su etapa en Nápoles, sin necesidad de especular acerca de sus supuestos vínculos con la mafia. Hablemos más bien de cómo guió a un equipo del sur de Italia a conquistar la Serie A dos veces, golpeando en lo más profundo del ego a los italianos del norte que los miraban con desprecio. Si se trata del mundial 94, dejemos atrás la historia trillada de que lo sancionaron por dopaje injustamente y en vez de eso recordemos que si la Albiceleste estuvo en Estados Unidos fue justamente gracias al Diego. El Pelusa atendió el llamado de Basile para jugar el repechaje contra Australia, después de haber estado 15 meses sin pisar una cancha; con todo y eso, el liderazgo y la entrega del Diego le evitaron a Argentina una humillación peor a la que se había llevado contra Colombia unos meses atrás (y esas son palabras mayores). Ese es el Diego, señores, no aquél que figura en los titulares de la prensa y que muchos encuentran insoportable.

 

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Quedémonos con lo que hizo dentro de las canchas; quedémonos con el Diego. El día que se retiró, ante una Bombonera llena hasta los banderines, el Pelusa nos dejó, sin saberlo, su más grande legado: “Yo me equivoqué”, dijo, “yo me equivoqué y pagué… pero la pelota no, la pelota no se mancha”. Así que cada uno es libre de juzgar como quiera las palabras de Maradona. Cada cual sabrá si le parece bueno o malo que las FARC lo inviten a su congreso… pero, por favor, déjennos en paz a los que queremos ocuparnos únicamente de la pelota.

 

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