El mercado de fichajes está fuera de control. Pero una cosa es asombrarse y otra cosa es adoptar un discurso ligero y populista.
El fichaje de Neymar por el PSG hizo explotar la olla de la indignación por el dinero que se está pagando por los jugadores. Antes tenía grietas por todas partes y ahora terminó por ceder ante los 222 millones de euros.
Los mal llamados románticos están con el corazón roto. Los nostálgicos de siempre que suelen evocar las etapas incipientes del fútbol para desaprobar a la modernidad están más afligidos que nunca. Frases como “el fútbol de hoy es una mierda”, “los jugadores solo juegan por plata”, entre otras, están cerca de convertirse en slogans populares.
Algunos van más allá y hablan de un escenario obsceno, inmoral y vulgar. Señalan como personas de segunda categoría a los jugadores y a otras personas que transan y participan en el millonario mercado del fútbol. Como si el mercado de los setenta, poco dinámico, raquítico y austero, fuera lo moralmente deseable; y el actual, dinámico y mucho más vigoroso, de gente sin valores.
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Este discurso —con la salvedad de los respectivos matices que tiene una discusión compleja como esta— es populista, ligero y superficial.
Es cierto que la estructura que financia el PSG es cuestionable y peligrosa para el fútbol. Pues permitir que un grupo de inversiones qatarí, apoyado por el Estado monárquico y totalitario de Qatar, financie indiscriminadamente sin puentes ni peajes a un club pone en jaque la libre competencia y la estabilidad del fútbol europeo.
Pero analizar el fútbol de hoy y su realidad económica con el caso del PSG y el fichaje de Neymar es quedarse solamente con el árbol más grande de un poblado bosque. Es una lectura muy corta y simplista.
Hace dos décadas el fútbol era como la guerra fría: una cosa de dos. Europa y Suramérica. El conocimiento, los jugadores y la cultura del fútbol eran patrimonio casi exclusivo de estos dos bloques. Pero la ambición de Blatter de convertir el fútbol en un deporte universal, la globalización y la expansión de los derechos de televisión lo convirtieron en una industria monstruosa.
Los niños chinos y los egipcios hoy son tan futboleros como lo eran los rosarinos o napolitanos en los noventa. Y eso es una maravilla. El fútbol se ha convertido en un lenguaje universal, mucho más democrático e incluyente. Hace rato que el deporte rey se salió de su propio pellejo.
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Los números son demoledores: el crecimiento de las audiencias de televisión, el aumento del número de eventos y ligas televisadas, los presupuestos anuales de los clubes, las ventas de camisetas, los patrocinios para torneos y clubes y, como no, el mercado de fichajes.
Por supuesto que un porcentaje de ese crecimiento proviene de capitales de millonarios con grandes fortunas que especulan con el fútbol. Pero no podemos reducirlo solo a eso. Cada día hay más dinero para fichajes porque cada día hay más personas que ven fútbol, que compran camisetas y que siguen cuentas en redes sociales. Sencillo.
Los moralistas y nostálgicos se quedan con la foto de Neymar montado en su Ferrari o con la del súper yate de Abramovich, el flamante dueño del Chelsea, pero olvidan las miles de bocas nuevas que cada año comen gracias al fútbol. Olvidan los miles de trabajos que mantiene y produce una industria que parece no tener techo.
Ahora todos los clubes cuentan con departamentos de comunicación con canales de TV y Youtube, redes sociales y fotógrafos propios; los cuerpos técnicos son más numerosos; los clubes tienen más tiendas y puestos de ventas; cada día hay más periodistas y canales dedicados al fútbol; más publicistas y personas dedicadas a vender los mensajes de los clubes y las ligas. En fin, hay más de todo. Por donde se le mire, desde cualquier sector de la industria, el fútbol es un generador de empleo y un motor de crecimiento económico.
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La Premier League lleva cuatro temporadas fichando por más de mil millones de libras porque suscribió el contrato más grande de la historia del fútbol con Sky Sports: 7.000 millones de euros por los derechos de televisión de tres temporadas. ¿Por qué es posible esto? Fácil, porque más gente ve el producto de la Premier en todos los rincones del planeta.
Hay que abandonar el discurso populista y ligero de la inmoralidad y del ”fútbol sucio de hoy”. Es cierto que es una industria que tiene muchas mejoras pendientes y que todavía tiene gérmenes de corrupción. Sin embargo, hoy, más que nunca antes, es incluyente y democrática. Tenemos la oportunidad de ver en un mismo día muchas ligas muy competitivas, con jugadores maravillosos de Argentina y Brasil, pero también de Gabón, Islandia y Armenia.
Siempre habrá millonarios, lujo y el Blatter de turno. Antes también los había. Pero el fútbol, amigos, sigue siendo nuestro, de la gente; y no solo de la gente de dos continentes. Ahora llega a los cinco. Maravilloso.
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Foto: futbolsapiens.com