El fútbol, como casi todo en esta vida, está lleno de lugares comunes, de tópicos que aparentan ser verdades universales, pero que en realidad son globos de aire. Ninguno de ellos es tan grande como aquel que habla del “peso de la historia”.
Esta, pues, es la gran mentira del fútbol de estos tiempos. No se trata aquí de irnos al extremo, que suele ser el hábitat ideal para las discusiones entre sordos. Los equipos con más historia son los que sostienen el negocio, los que más aficionados tienen, a los que los medios más buscan y los más atractivos para los patrocinadores. El “peso de la historia” es un concepto imposible de medir, pero que claramente influye en la fortaleza institucional de un club. Ahora, la gran mentira es hablar de él como un factor influyente en el trámite de un partido y en el juego en general. Hablar de la capacidad de desequilibrio de los extremos en el uno a uno y meterlo en el mismo saco que el “peso de la historia” no es más que un recurso analítico muy pobre.
El fútbol está inmerso en la agitada y trepidante dinámica de cambios y convulsiones del siglo XXI. Si entre la revolución industrial y la aparición de internet la sociedad cambió más de lo que lo hizo en los veinte siglos anteriores, ¿qué habrá pasado entre el internet y el mundial de Brasil 2014? Hoy en día, pestañear, equivale a haber dormido meses en otra época.
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En el fútbol, esto no es algo abstracto. Hace 60 años se jugaban mundiales de 16 equipos. Era el fútbol de Europa y América. Incluso hablar de América es una exageración. Era el fútbol de Argentina, Uruguay y Brasil. El conocimiento del juego, en términos teóricos y prácticos, era un monopolio de las potencias. Las principales escuelas, entrenadores y jugadores, estaban en contados países.
Hace décadas la historia podía tener un peso específico en la competencia. Un mundial no tenía más de tres o cuatro candidatos, al igual que la Copa de Europa. No había tantos jugadores como hoy en día, preparados y habituados a competir al máximo nivel. La diferencia entre las ligas potentes y las medianas era abismal. El fútbol en muchas zonas del planeta era incipiente.
La camiseta de Brasil, en los sesenta, pesaba millones de toneladas. Por todo. Por jugadores, por intimidación, por lo que representaba. Por experiencia. Imaginen lo que significaba para una Selección Colombia enfrentar a Brasil en los sesenta. No había cómo competir. El componente mental, de saberse inferior al rival, era demasiado grande. Los equipos grandes, quizá, si podían compensar algún déficit de juego con la intimidación y la potencia del escudo que defendían. Hoy en día, eso no tiene ningún valor en el juego.
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Lo dicen todos los exjugadores que en este momento son entrenadores: las diferencias se han recortado muchísimo. En todos los aspectos. La globalización ha permitido formar jugadores y entrenadores de máximo nivel en muchos países del mundo. Los equipos preparados para competir cada vez son más. Con preparación física y táctica, cada día más, se logra contrarrestar las diferencias cualitativas. Hay cientos de ejemplos que lo confirman.
Independiente del Valle finalista de Copa, Leicester City campeón de Inglaterra, Gales en semis e Islandia en cuartos de final de la Eurocopa, Chapecoense finalista de Suramericana, Cienciano la ganó en 2003. La lista es enorme. Esto sin contar la cantidad de equipos que compiten bien, que hoy llegan a octavos y cuartos de final de las competiciones, pero que hace unos años apenas se clasificaban. Bélgica, Chile, Croacia, Colombia, son todos equipos de altísimo nivel.
¿Y los grandes? Si no hay sustento en el juego, la historia ya no te ayuda más. No es una variable a tener en cuenta. Argentina hace 24 años no toca una copa. Brasil, confundida, perdió 7-1 en “su” Mundial. Boca hace diez años no gana la Libertadores. Millonarios tardó 24 años en volver a ganar. Hoy, el Milan y el Inter son dos mediocres equipos de media tabla.
Por eso, cuando un comentarista dice “ojo que ese equipo tiene historia, la camiseta pesa” nos está vendiendo un globo de aire. (Y muchos viven de vender globos de aire). Meter en el análisis al “peso de la historia” esconde una limitación real para identificar los factores que sí tienen una influencia en el juego.
La historia, hoy, puede vivir dentro de una linda urna de cristal en un museo, pero ya no entra en el rectángulo verde. Los cambios y la sofisticación del fútbol moderno de alta competencia no entienden de cuentos chinos. El que se prepara compite, y al grande que se duerme se lo comen. Sin más, sin tregua. No dejen, amigos, que les vendan más globos de aire.
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Twitter: @sebastiannohra
Foto: quepalo.com