La última petición a Omar Pérez

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La opinión de los columnistas no refleja necesariamente la de Hablaelbalón. 

 

Los medios deportivos del país se han encargado de dejarnos claro lo que ya todos sabíamos: que Omar Pérez fue la piedra angular de la década más importante y ganadora de Santa Fe. El pelado se ha colado en todos los titulares y sus estadísticas vestido de rojo se han repetido una y otra vez: 9 años, 9 títulos. Campeón de Copa Colombia, campeón de tres ligas y tres superligas, campeón de la Suruga Bank y de la  Copa Sudamericana. 82 goles y 346 partidos jugados.

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Además de los números, tan fríos como contundentes, teclear hoy Omar Perez en Google lo arroja a uno a otro puñado de artículos que enlistan sus mejores momentos: el gol olímpico a Nacional, el golazo a Colo-Colo en Chile, el heroico partido que se jugó contra Vélez después de que su abuelo –yendo a verlo jugar– muriera en la carretera; y cuando se bajó el sueldo a la mitad en 2009 para seguir en el club,  y cuando cambió de número con Seijas para despedirlo… En fin: su leyenda resuena en todas partes.

 

Desde que llegó en 2009, además de los títulos ya nombrados y de los momentos resaltados, Omar Pérez fue para los hinchas de Santa Fe la esperanza inextinguible, como una llama eterna, de fútbol para disfrutar. Lo que hoy muchos no recuerdan, o no hacen explícito, es que el argentino –sin humo, sin entrevistas, sin ornamentos–, hizo que ir a ver futbol valiera la pena. Esa fue su cotidianidad y su legado

 

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En este fútbol de canchas con huecos, en el que dar más de cinco pases seguidos es un acontecimiento, el pelado, con su elegancia de cisne, fue la resistencia. Con la melancolía y la tristeza de su partida, me llegan con más fuerza esas pinceladas suyas – los pases gol a tres dedos, su enfermo juego de primera, sus controles hipnóticos (con el pecho, con el empeine, con el muslo), su maestría para proteger el balón con el culo, los amagues con el cuerpo – que nos convencieron a todos de estar viendo otro fútbol.

Su acento campesino y genial fue el acento que definió al Santa Fe de los últimos tiempos. Y ese acento se esparció por Sudamérica (hasta llegó a Japón). Y es el acento que recubre cada copa ganada en la última década. Es el acento, en fin, que marcó la nueva

era del club. La del equipo adicto a competir al que todos temen.

 

No descubro nada, lo sé. Este no es más que otro agradecimiento al mejor jugador que me ha tocado ver en mi equipo. Al más genial y diferente.

 

Pero por eso mismo, y aunque parezca un exabrupto pedirle algo más al calvo, con el corazón del hincha en la mano, debo terminar diciendo que simplemente no me presto a imaginarlo con otra camiseta. No a estas alturas. No después de todo esto. No hay ningún otro equipo en el país al que le quede bien su acento. No hay ningún otro equipo en el país que lo merezca. Los amores así no se rompen, no se negocian, no se tranzan. Esto es a blanco o negro: ponerse otro escudo se escribe traición. Permítase, Omar, su última genialidad, su último pase gol, y retírese vestido de rojo. Vestido de lo que es: un poeta.

 

Foto:

Futbolred


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