Pablo Armero golpeó a su mujer. Más allá de su vida privada, muchos colombianos y colombianas no se sienten representados por un jugador que tenga historial de violencia de género. Esta es la voz de un lector indignado.
Desde niño quise ser futbolista. Soñaba con ponerme la tricolor y representar las ilusiones de un pueblo para el cual no hay nada más sagrado que el fútbol. Pese a nuestras diferencias, la Selección Colombia representa uno de los pocos factores de unidad nacional. Sus talentosos jugadores nos han regalado pinceladas de vida e invaluables recuerdos: el gol de Rincón a Bodo Ilgner en tiempo de reposición, el testazo de Iván Ramiro para darnos la única Copa América o la volea picabarra de James ante Uruguay en Brasil. Inolvidables.
Crecemos admirando sus gambetas, aprendemos a debatir sistemas de juego y a polemizar con propios y extraños sobre quién debe estar o quién sobra en la lista de convocados. Ser llamado a la Selección Colombia es un honor del más alto orden pues viene acompañado de la inmensa responsabilidad de representar a 50 millones de colombianos. Es un privilegio reservado para pocos. Por este amor desmedido que tenemos por la Selección, en cada uno de los jugadores vemos un héroe, un ejemplo a seguir, un crack.
Pero, ¿ser un “crack” es razón para justificar la violencia de género?
Este es el caso de Pablo Armero, pieza fundamental del equipo en Brasil 2014. Luego del Mundial, su falta de continuidad y bajo rendimiento llevaron a Pékerman a buscar alternativas para el puesto. ‘Miñía’ había sido el oasis en el que descansaba el equipo cuando se perdía en el desierto errático de la falta de imaginación y desborde. Faryd Díaz trató y trató, pero nunca convenció. La ausencia de Armero, su explosividad y alegría eran notables en el equipo y se esperaba con ansias su retorno.
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Sin embargo, en mayo del 2016, Armero fue el protagonista de un bochornoso y repudiable hecho: agredir físicamente a su esposa. Durante unas vacaciones en Miami, Armero golpeó a María Helena, su compañera de vida y madre de sus dos hijos. La policía lo detuvo y fue dejado en libertad, luego de pagar una fianza. En la Selección Colombia esto no es nuevo. En el 2011, el ‘Bolillo’ Gómez fue forzado a renunciar luego de golpear a una mujer.
El rendimiento de Armero en el Bahía brasilero ha repuntado y esto le cae de perlas a un equipo que juega sin alternativas, es predecible y a un técnico que se le acaba el cuarto de hora. Por eso hubo júbilo y regocijo entre la prensa y los hinchas cuando se anunció su regreso.
Pero Armero no debe estar en la Selección Colombia. No merece representar al país, le queda grande la camiseta. Un hombre que ha maltratado a una mujer no es digno de representarnos. Su inclusión en la lista de convocados es una afrenta, un insulto y una acción que no debe pasar desapercibida. Es inaceptable.
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Ojo, acá la culpa no es de Armero. La culpa es de Pékerman, que prefiere hacerse el loco y lo convoca. La culpa es de la Federación Colombiana de Fútbol que no objeta la convocatoria de una persona que no tiene las condiciones morales ni éticas para representar a un país. La culpa es de la gran mayoría de la prensa deportiva que con su silencio se convierte en cómplice y no cuestiona el hecho de que Armero sea convocado. Y si cada uno de los y las hinchas de la Selección Colombia nos quedamos calladas y somos indiferentes a esta situación, la culpa también es nuestra.
Cuando Armero pone su mano en la camiseta de la Selección para cantar el himno nacional, no se representa a él, nos representa a todos, incluyendo al 51% de la población de este país que son mujeres, como María Helena. Por esto, su convocatoria y participación en la Selección son inadmisibles. El que crea que ganar un partido de fútbol o ir a un Mundial son más importantes que hacer que la Selección Colombia sea un ejemplo y un motivo de orgullo, está perdiendo el partido más importante: la vida.
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