La opinión de los columnistas no refleja la de Hablaelbalón
Imposible no estar rayado con Perú. Más bien por Perú. Porque da piedra ver que el mejor equipo de su grupo haya llegado al último partido eliminado. Y más porque contra Australia jugaron el peor partido de los tres y lo ganaron por dos goles. Contra Dinamarca y Francia salieron a proponer, a pararse en campo contrario, a someter, a jugar ‘fúbo’, y perdieron; contra los canguros fueron reactivos, estuvieron imprecisos, fallaron en defensa, y ganaron.
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Es irritante y si fuera peruano, la verdad, no estaría tranquilos con eso de que “hicimos gol en un Mundial y le ganamos a Australia”. Con esa se puede ir tranquilo un saudí, no un peruano que sabe que este equipo tenía para pasar. No lo merecía, pues el fútbol no es de merecimientos, pero si fuera un poquito más lógico, Perú estaría en octavos. Es más, sería primero de grupo.
No es un reclamo. A esos muchachos no se les puede decir nada. Es impotencia. Hoy el penal de Cueva vuelve al cuello como el reflujo. Aceptar que esta selección magnífica quedó por fuera del Mundial será difícil, pero no imposible. Ese sapo ya se lo han ido comiendo y creo que, a pesar de lo reciente, ya son capaces de reconocer lo positivo del asunto. En cambio, aunque a simple vista parecen hechos inseparables, sé que el penal de Cueva se les viene a la cabeza como un flashback, una pesadilla aislada de esas que se repite noche tras noche por el resto de la vida. A partir de hoy, una leyenda oscura —y por eso romántica— del fútbol peruano.
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Lindo lo de Paolo, su gol. Y el de Carrillo. Linda la sonrisa de Gareca, las lágrimas de alegría en las tribunas. Linda la esperanza que posa sobre una generación dorada que tiene una buena base para pensar en Catar. Lindo, todo muy lindo. Pero duele, al futbolero le duele. Un penal maldito. Un mito creacionista del nuevo fútbol peruano.
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