“Hay cosas que el dinero no puede comprar”: una frase que se ha convertido en un lugar común, usada a diestra y siniestra por publicistas y profesionales de la auto-ayuda, pero que no por eso es menos acertada a la hora de describir determinadas situaciones. Es raro, pues en el mundo de hoy y, sobre todo, en el fútbol de hoy, los millones lo pueden casi todo. La chequera compra goles y los goles son el ingrediente esencial para conseguir títulos. La ecuación parece simple. Parece, pero no lo es en absoluto.
El Paris Saint Germain es, por no decir el más, uno de los grandes ejemplos de proyectos construidos a golpe de talonario. Les Parisiens contaban con 2 ligas en su palmarés antes de que llegaran los millones de Qatar. Hoy, seis años después, han triplicado este número. El club se convirtió en un agente activo del mercado y fueron muy pocos los que pudieron resistirse a los petrodólares de Nasser Al-Khelaïfi.
El PSG llevaba un lustro poniendo el mercado patas arriba, por eso no debió habernos sorprendido lo que pasó con Mbappé y Neymar este verano. Es aberrante, sí, pero de sorprendente tiene muy poco. 400 millones juntaron a la gran promesa del fútbol francés y al mayor candidato a destronar a Messi y Cristiano en la que, hoy por hoy, es la delantera más prolífica de las grandes ligas europeas. A los árabes no les tembló la mano: trajeron lo mejor que sus millones podían comprar. Pero, recuerden el lema de MasterCard… la plata no lo es todo, señores.
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Lo que le pasó al París en el Camp Nou la temporada pasada es una prueba infalible de que la chequera tiene sus límites. ¿Quién compra la jerarquía? ¿Quién pide por Amazon uno juego completo de cojones para aguantar la presión de un estadio que parece un hervidero? ¿Quién habría sido capaz de sobornar al cronómetro para que señalara el final del partido antes del gol fatídico de Sergi Roberto? La jerarquía, los cojones, el dejarse las tripas hasta el último segundo del partido, el amor propio, son cosas que sencillamente no pueden comprarse. Son características propias del fútbol de antes, ese que tiene un aire de barrio, que se juega entre amigos y no entre colegas, y que todavía puede encontrarse en equipos con billeteras menos anchas.
Sinceramente, no me interesa referirme al incidente que tuvieron Cavani y Neymar más que de manera puntual. Me aburre terriblemente entrar en detalles que no tienen nada que ver con el fútbol; así que si usted le quiere hacer seguimiento al drama que están montando, bien puede remitirse a los numerosos medios dedicados al Jet-Set futbolístico. Creo que van en que Neymar le sacó la lengua a Cavani y el uruguayo los desinvitó a él y a Dani Alves de su pijamada de cumpleaños, algo así.
El caso es que el crack brasileño hizo una pataleta porque Cavani, que es el dueño de los penales en el PSG desde hace un par de temporadas, no le quiso prestar su juguete favorito. Neymar se fue del Barcelona tentado por la gran bolsa que le ofrecían, pero también porque los jeques le aseguraron que en París sería el #1, promesa imposible en el equipo de Messi. Pues bien, Ney se dio cuenta de que en algunas ocasiones le va a tocar ser el segundo en la fila. Y con toda la razón: Cavani ha convertido 20 de sus 22 lanzamientos desde el punto penal en el PSG; mientras que, en el mismo lapso, el brasileño lleva 6 fallos en 15 intentos. No debería haber discusión: Cavani es más efectivo desde los doce pasos. La cuestión es que no hay cantidad de plata que pueda comprar la química entre el crack brasileño y el killer uruguayo. La discordia entre ambos debe resolverse por otros medios.
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“Un pacto de caballeros”, esa es la solución que Emery propone para zanjar el asunto… ¿caballerosidad? hasta el momento nadie me ha indicado dónde puede comprarse ni tampoco tengo idea de cuánto podría llegar a valer. No obstante, Cavani intentó dar el primer paso: “estas son cosas normales que suceden en el fútbol”, dijo fiel a su pragmatismo. Bien por el uruguayo que no quiere entrar en el juego de la prensa. Pero, un momento ,¿de verdad es normal? ¿Es normal que se arme semejante algarabía porque no se le permite cobrar a un jugador que marró la mitad de los penales que pateó la temporada pasada? ¿Acaso los 222 millones que valió le dan derecho de montar semejante numerito? ¡¿Es eso normal?! ¿Lo normal no sería que Neymar apretara los puños, esperando que su compañero aprovechara el cobro, y que saliera a abrazarlo cuando viera la pelota guardarse en las redes?
No, parece que lo normal en el fútbol de los millones es que Ney haga su pataleta. Eso, paradójicamente, quiere decir que queda algo de esperanza. Por más podrido que esté el mercado, por más que los jugadores se hayan convertido en una simple mercancía, hay cosas que siguen sin poderse comprar. La solidaridad, por decir un ejemplo; el compañerismo, por nombrar otro; la humildad, para terminar. En fin, lo que pasó el fin de semana tiene algo rescatable: nos señala el camino que no queremos para el fútbol.
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