El valor del ídolo

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Quien disfruta del fútbol, quien puede quitarse la camiseta para reconocer lo bueno que sucede en este deporte, no podrá negar que la despedida de Luis Manuel Seijas en el Campín, el sábado pasado, fue una fiesta memorable. Admitirá el futbolero que con ídolos como el venezolano, el fútbol se premia a sí mismo, se llena de sentido, se engrandece.

 

Porque los  ídolos son el resultado y el síntoma de que un club está haciendo bien las cosas. Porque es un caso de éxito cuando se da esa relación armónica, atípica y grata en que el jugador ídolo se va diciendo: “Gracias por todo, volveré”, y la hinchada y el club lo despiden a su vez con un recíproco “Gracias a ti, esta es tu casa”. Porque los ídolos se traducen en arraigo, en identidad, en amor por la camiseta en su estado más puro. Porque si de algo se puede preciar este deporte es de meterle en el corazón a sus hinchas –como si se tratara de un amigo o de un hermano- a un jugador que sólo han visto desde la tribuna.

 

No es el único, claro. Todavía está fresco en la memoria el emotivo reencuentro de Mayer Candelo con la hinchada de Millonarios el sábado antepasado. Para todos es lindo ver a Mario Alberto Yepes como DT de su Cali querido. Se debe celebrar que Oscar Córdoba vuelva a su América de Cali para ayudarlo administrativamente. En Medellín, Mao Molina está de vuelta y Sebastián Pérez comienza a perfilarse como uno de los grandes referentes de Atlético Nacional. Los clubes, entonces, se refuerzan con sus ídolos. Por eso y para eso existen.

 

Sin embargo, cabe preguntarse dónde están los nuevos ídolos. Los nombrados anteriormente, excepto Sebastián Pérez, o están en su ocaso deportivo, o ya no hacen parte del circuito profesional. Para nadie es un secreto que en nuestra liga local los referentes escasean. La norma es que los jugadores viajen de club en club sin ton ni son, sin amor ni arraigo, como mercancía china. La norma, esto es lo más triste, es que los jugadores abandonen sus clubes en malestar, por falta de buen trato, por retraso en los pagos, por indisciplina o por otros factores propios del mercenarismo de esta época.

 

Una respuesta sensata parece ser que para que haya ídolos debe haber clubes serios. Ningún jugador en el mundo va a enamorarse de un club en el que le pagan tarde, en el que le incumplen, en el que lo habitual es el “putazo” y no el apoyo. Así mismo, no es posible que un hincha se enamore de un jugador que juega sin amor por la camiseta que defiende, porque eso no se esconde ni se simula, o se siente o no se siente. Entonces, más allá de celebrar la fiesta que le tocó vivir a la hinchada santafereña y la suerte de tener en su memoria y para siempre a un jugador como Luis Manuel Seijas, nos preguntamos: ¿Cuántos clubes de fútbol de nuestra liga, con su hinchada incluida, resultan un hábitat propicio para que se reproduzcan los ídolos? ¿En cuántos clubes del FPC, si usted lector fuera jugador de fútbol, quisiera pasar el resto de sus días?


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