Coll de Colombia

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En memoria de su autor, recordamos uno de los goles más lindos y emotivos de la historia del fútbol colombiano.

 

No eran los cuarenta grados de temperatura ni tampoco la pegajosa humedad que levantaba el mar Caribe en Barranquilla, eran los nervios aquello que tenía empapada la frente de Elías Coll; escurrían por su frente en forma de gotas, y se agudizaban con cada uno de los gritos de una mujer que pujaba sobre una vieja e inestable camilla. Era, también, la angustia producida por los gemidos incesantes de un pequeño mulato que no terminaba todavía de salir del vientre de su madre. El señor Coll no lograba controlar el sudor que para ese momento ya hacia metástasis en las palmas de sus manos. Ahora tenía un hijo.

 

Dicen que tener hijos hace a los hombres sensatos, pero después de eso, Elías se hizo apostador. No en los bares, ni en los casinos, otro tipo de apostador; uno más arriesgado. Le apostó a una profesión:

 

—Voy a ser juez, negra.

—Ni abogado eres —desconfió Emelina—.

—¡Ese juez no!

—Entonces, ¿uno de mentiras? Deja de jugar —y empezó a preocuparse la señora—.

—Pues sí, voy a estar en un juego, pero no…

—Por favor, Elías —lo interrumpió bruscamente—.

—Por favor tú, Negra. Confía en mí.

 

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Fue una tarde de domingo, el tercer día de agosto de 1948, sin pericia y sudando como en el nacimiento de su hijo Marcos, Elías se llevó el silbato a la boca y con un soplido intermitente y débil dio inicio al primer partido de fútbol profesional en Colombia. Existen centenares de títulos o logros comparables, muchos de ellos alcanzables, inclusive superables. Sin embargo, las agallas de este apostador lo convirtieron, orgulloso, en el primer árbitro del fútbol colombiano. Galardón que nunca nadie le podrá arrebatar. Un título menor, pero indispensable para alimentar de pundonor la mente de un hombre necesitado.

 

Pero a esas alturas la historia futbolera de los Coll apenas comenzaba, porque el pequeño Marcos crecía encantado en el entorno futbolero en el que se desenvolvía su padre. Alentado —él también— a recorrer caminos alternativos, decidió hacerse jugador de fútbol a los 17 años. Ahora, el Coll que se reconocía entre los fanáticos del fútbol era Marcos, no Elías. El fútbol siempre fue de los jugadores, nunca de los árbitros.

 

En 1962 Colombia clasificó por primera vez a una Copa Mundial de Fútbol. El campeonato se llevó a cabo en Chile y el paso de la Selección por tierras australes fue efímero y precoz. Ocho días duró una expedición en la que Colombia recibió 11 goles y logró hacer un único punto. Pero, a pesar de los malos resultados, no todo fue gris para el principiante país sudamericano; el punto logrado fue en un sensacional encuentro disputado ante la entonces poderosa Unión Soviética, que contaba con uno de los mejores, si no el mejor arquero de la historia: Lev Yashin, mejor conocido como la ‘Araña Negra’.

 

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En el 62, Colombia perdió contra Uruguay (1-2) y Yugoslavia (0-5) y empató con la Unión Soviética (4-4). Foto: La Cháchara

 

El partido arrancó y a los 11 minutos Colombia ya perdía 3-0. Lo único que tranquilizaba a los sudamericanos era que con el paso de los minutos no se había recibido un cuarto gol en contra. De repente, un gol de Colombia puso el marcador 3 a 1. ¡Vaya sorpresa! Rápidamente la Unión Soviética demostró que lo anterior había sido una leve falta de concentración. 4-1.

 

El encuentro, lejos de ser uno parejo, emocionante y disputado, llegó al mejor momento cuando Jõao Etzel Filho, un colega brasileño de Elías, señaló un tiro de esquina a favor de Colombia. El señor Coll, el hijo, fue el cobrador predilecto. Su envío se levantó, pero no como compañeros y rivales esperaban. La pelota, a media altura, voló tímidamente y botó pronto en el área chica, a escasos metros del arco de Yashin. Después de botar por primera vez y con el efecto que Coll a propósito o sin querer le había dado, se metió en el arco.

 

Gol olímpico: ahora sí, ¡vaya sorpresa! Al lado de tamaña rareza, el empate a cuatro con el que terminó el partido no impresionó a nadie. El mayor regalo para el país, sin duda, fue el Coll de Colombia.

 

El primer gol olímpico en la historia de la competencia lo hizo Marcos Coll. El barranquillero, que como su padre, fue un cazador de reconocimientos inmejorables, inmortalizó su apellido en la historia del fútbol. Como el de su padre, su nombre también fue el primero en una lista. Primero y único hasta la fecha.

 

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Una primera versión de este texto fue publicada en Las venas del balón.

 

Foto:

Revista Don Juan

 


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