Un cuarto de siglo después de su debut, Totti se despidió del fútbol. En la semana de su retiro queremos homenajear a uno de los personajes más fascinantes de la historia de este deporte.
¿Por qué escribir de Francesco Totti? No sólo es por sus títulos, ni por sus goles, tampoco por los balones de oro que tal vez mereció, pero nunca ganó. Se trata de algo más simple que eso: Totti, en tiempos tan turbulentos, tan profesionalizantes y exigentes, nos devuelve al origen de este asunto, a lo que viene antes del glamour y la gloria del fútbol profesional: al amor infantil por la pelota y en este caso también por una camiseta; el deseo de, por encima de todo, disfrutar jugando. Por eso estas líneas, para rendir un homenaje merecido a un grandioso jugador que a sus 40 años, a pesar de irse, nos sigue recordando lo romántico del fútbol; un rebelde que se resistió con las tripas a las dinámicas voraces del mercado; un héroe que lleva 25 años haciendo felices a los giallorossi de la capital italiana
Si a Francesco le cortáramos las venas, sangraría rojo y amarillo. Es un amor que viene de familia, de infancia, uno de toda la vida. Cuando su padre lo llevó a ver a la Roma por primera vez al estadio fue un flechazo a primera vista. “Cierro los ojos y recuerdo ese sentimiento. Los colores, los cánticos, las bengalas apagándose. Era un chico tan impresionable que sólo estar en ese estadio rodeado de todos los hinchas de la Roma encendió algo dentro de mí”, escribió Francesco en su carta de despedida.
Su padre lo llevó a la cancha, pero de no haber sido por Fiorella, su madre, la historia de Totti sería otra. Fue ella, sobreprotectora, quien impidió que su hijito se fuera de la casa cuando unos representantes del AC Milan vinieron a buscarlo. Mal no hizo, pues unas semanas después volvieron a tocar la puerta de los Totti. Esta vez no eran hombres vestidos de rojo y negro, sino de rojo y amarillo: los colores de su equipo del alma. Ahí comenzó oficialmente este romance eterno.
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Tras tres años en las juveniles hizo méritos suficientes para convencer a Vujadin Boskov, para ese entonces entrenador del primer equipo romano. En 1993, a sus dieciséis años debutó Francesco Totti en la Roma, el mismo club en el que esta semana le dijo “no más” al fútbol profesional. Cuatro años en el primer equipo le bastaron al joven mediapunta para dejar de ser una promesa y convertirse en Il Eterno Capitano. En 1997 le entregaron la cintilla y no soltó más.
Fue en la temporada 2000/01, de la mano de Fabio Capello, que Francesco lideró a la Roma a su tercer Scudetto; el primero y el único de su carrera. La figura de Capello era un 3-5-2: con Cafú y Candela haciendo de carrileros; Samuel, Zebina y Aldair de centrales; en la contención Tommasi y Emerson; Totti de enganche; y en punta, una dupla especial, Montella y Batistuta. Un equipo plagado de figuras en el que Il Gladiatore fue la piedra angular.
El planteamiento le permitía a Totti ser el maestro de orquesta y el socio de todos. El respaldo de la dupla Tommasi-Emerson le daba libertad táctica absoluta. La creatividad y el talento del Emperador quedaba entonces a plena disposición del ‘Avioncito’ y ‘Batigol’. Al final de temporada, el tridente Totti-Montella-Batistuta fue responsable de 47 goles, de los cuales trece los marcó el ‘10’. Jugando de enganche y, en ocasiones, de segundo delantero Totti destapó ese año su instinto goleador.
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De la mano de Luciano Spalleti llegaron los años del Totti más goleador. Con el técnico italiano dejó de ser mediapunta y se acercó más al área rival. En el 4-2-3-1 que implantó Spalletti en la Roma, Francesco fue habitualmente la referencia en punta, alternando con el montenegrino Vučinić. Por sus características, claro, no fue nunca un nueve de área. Fiel a su instinto, a su naturaleza de mediapunta salía del área en busca de espacios y del balón; y para alternar posiciones con Taddei, Perrota o Mancini, los volantes de segunda línea. Algo más en dirección de lo que Guardiola llamó el falso nueve. Este cambio posicional lo puso a la par de los más grandes delanteros europeos. En la temporada 2006/07 Totti fue Capocannonieri y Bota de Oro europea; marcó 26 goles, a pesar de una terrible lesión de tobillo que lo apartó de los terrenos de juego durante tres meses.
Sus goles, además, se tradujeron en títulos. Esa Roma de Spaletti luchó cabeza a cabeza con el Inter de Milán por hacerse con los Scudettos de las temporadas 06/07 y 07/08. Los ‘Lobos’ quedaron segundos en ambas, pero tomaron revancha venciendo a nerazurri en las final de la Copa de Italia de esos mismos años.
Y desde entonces han sido ocho largos años de sequía. Años en los que pudo haberse ido. Porque opciones hubo. Tentaciones también. Pero ni siquiera los millones y el glamour del Real Madrid, ni tampoco la lengua de Florentino Pérez, fueron suficientes para hipnotizar a Totti. Cuando le preguntaron por qué se había quedado dijo: “De niño me enseñaron que la familia es lo más importante. ¿Alguna vez han visto a un niño de padres pobres que se vaya a vivir con gente rica y extraña? La Roma es mi casa y mi familia”.
Roma es el mar, las montañas, los monumentos. Roma son los romanos. Roma es la roja y amarilla. Roma, para mí, es el mundo. Este club, esta ciudad, han sido mi vida y siempre lo serán.
Ahora ya no está. Atrás quedaron sus maravillosos goles y sus pases mágicos. Su elegancia y su estética. Totti siempre tuvo eso. Él nunca la empujó, siempre la acarició o la picó, como si en cada gol hubiese querido pintar una obra de arte.
Ya no está, pero su nombre será eterno; quedará grabado para siempre en la historia de la Roma y del fútbol mundial: Francesco Totti, el rebelde, el hincha enamorado, el niño que nunca renunció a su sueño, el adulto que jamás se traicionó, el futbolista que no se vendió. Francesco Totti: el último gran Emperador romano.
“Muchos me critican por no haber salido de la Roma. De haber salido tendría 3 Balones de Oro, lo que no entienden es que vestir estos colores siempre fue mi sueño de niño”
Gracias, Francesco, gracias por tanto fútbol.
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