El 24 de noviembre del 2016 Steven Gerrard anunció su retiro del fútbol profesional. Dos meses y siete días después, lo hizo Frank Lampard. Sus retiros casi simultáneos, más que una casualidad cronológica, nos terminan de confirmar lo que ellos siempre demostraron: más que jugadores, fueron una escuela, una manera de ser volante.
Por motivos hasta el momento desconocidos, los jugadores de fútbol, en su mayoría, logran representar en la cancha la tipología, los rasgos propios y ese “yo no sé qué” de la tierra que los vio crecer. La gambeta de Neymar y Robinho es inconfundible y considero improbable que pueda surgir un koreano con ese mismo ‘tumbao’ para encarar.
La magia, la picardía, el conducir con la pelota como si se estuviera en una alfombra voladora que tienen los clásicos enganches suramericanos es algo único, nuestro. Los europeos los han tenido muy buenos: Platini, Dennis Bergkamp, Totti, entre otros. Excepcionales también, pero distintos. Basta con verlos y compararlos. El jugador inevitablemente se contagia de la música de la vida para jugar.
Con Gerrard y Lampard pasa lo mismo. Es casi imposible que en el Valle del Cauca, en Arequipa o Buenos Aires, la Madre Tierra saque de su vientre un ‘ocho’ con el sello, la huella y el rastro del Captain Fantastic del Liverpool. Seguramente Fernando Redondo fue tan bueno, o Fredy Rincón, pero ellos son de otra estirpe.
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Carreras paralelas
El uno nació en Liverpool y se retiró de 36 años, el otro en Londres y se retira de 38. El uno fue el símbolo y capitán de un emblemático club de una lluviosa ciudad industrial, el otro lo fue de un equipo clase media que tras su llegada, y la de un ruso bonachón, se acostumbró a competir por todo. El uno, por un resbalón, como si el diablo lo hubiera zancadilleado, perdió una Premier en la penúltima jornada, el otro perdió una Liga de Campeones por un resbalón de un íntimo e inseparable amigo. El uno se bañó en gloria liderando una remontada en quince minutos homéricos, el otro lo hizo tras eliminar al mejor equipo de la historia y empatar en la última jugada de una final de Champions.
El uno, por un resbalón, como si el diablo lo hubiera zancadilleado, perdió una Premier en la penúltima jornada, el otro perdió una Liga de Campeones por un resbalón de un íntimo e inseparable amigo.
Los dos eligieron usar la número 8 a lo largo de su carrera. No solo lograron aportarle su impronta a un número que les quedaba a la medida, sino que nos dieron la razón a quienes creemos que en el fútbol los números tienen vida propia. Los dos fueron una vez campeones de Champions League y una vez de Copa Uefa. Los dos fueron centenarios y jugaron tres mundiales (Alemania, Sudáfrica y Brasil) con su selección. Conformaron en la Eurocopa del 2004, junto a Scholes y Beckham, un mediocampo que ni la Reina Isabel podría comprar. Los dos han sido y son patrimonio del fútbol, han tenido carrera paralelas y quien escarbe en sus biografías encontrará decenas de datos, partidos y anécdotas que los asemejan aun más.
Una manera de ser volante
Pero por encima de todo, lo que más rescato es que con su fútbol fueron capaces de crear y representar -sin quererlo- una escuela de volantes ingleses. Una manera especial y única de jugar a la pelota, transversal y congénita a la cultura inglesa. Por eso, el aficionado de Pub le rinde un culto especial a estos ‘ochos’. Porque su juego lo mira a los ojos. El inglés se siente representado. Siente que al máximo nivel, estos dos volantes fueron e hicieron todo lo que él hubiera querido hacer en una cancha.
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Difícil que un inglés no se haya enamorado al verles ese ‘ida y vuelta’ infatigable. Ese vértigo frenético de la Premier League. Todo acompañado de una técnica perfecta. De un golpeo delicioso para hacer cambios de orientación y enviar balones largos teledirigidos al nueve de turno; sin importar el perfil, porque Lampard y Gerrard demostraron que eso de ser zurdo o derecho era para otros. Si quedaban de cara al arco lo mejor que podía hacer el rival era rezar. Ellos son crueles y engañan a los chicos diciéndoles que si entrenan mucho algún día tendrán ese golpeo. Todo en la vida es mejorable, pero hay cosas que son patrimonio de los elegidos. De Steven y Frank.
Tenían la capacidad de abarcar mucho terreno con y sin pelota. Una presencia que es difícil de encontrar y de describir. Una especie de aura que pocos jugadores son capaces de crear. Ocurre cuando los compañeros te buscan siempre, cuando eres una referencia para el rival, cuando eres eje y peaje obligatorio del juego de tu equipo, cuando estas en todas.
Eran muchos volantes dentro de un volante. Eso eran ellos. Reunían todas las especialidades del mediocampo en el mismo jugador. El corte, la ayuda, el ritmo, el pase, el centro, la llegada, el carácter, el ímpetu, el disparo, el tempo, el todo.
Pero también, y sobre todo, los dos jugaron siempre con frac. Representaron en la cancha eso otro por lo que tanto se precian los ingleses: la pulcritud del caballero, el sentido del honor.
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