Esta carta surge de la necesidad de un hincha americano de contarle al mundo cómo el ascenso a la A es su reencuentro con La Libertad.
En lo primero que pienso antes de decir las gracias es en el tiempo. En lo canalla que es el tiempo. En su manera asfixiante de avanzar y avanzar y avanzar. Doblegados por el tiempo, nos arrancamos los relojes como pidiéndoles que se detengan, que al menos bajen el ritmo, que disminuyan la presión. Fallamos, siempre fallamos. Ante nuestras súplicas, el tiempo alza los hombros indiferente, mira para un lado y para el otro y continúa, sin más. No importa qué tan mal estemos: tic-toc-tic-toc.
Sesenta meses ha durado este suplicio. Más de mil ochocientos días han pasado desde que mi intestino grueso debió empezar a digerir la realidad espesa, tóxica, de hacer parte de la B. Pasa que mil días es mucho. Que ahora sufro del colón. Que me duelen los riñones.
Pasa que primero fue lidiar con las burlas, con los memes, con el chiste del amigo borracho que no entiende nada sobre la compasión; y después fue lidiar conmigo mismo: con ese temblor interno, con ese espasmo a la madrugada que me llegaba para despertarme con la convicción horrenda de que esto duraría para siempre. Que de la B no volveríamos más.
Es mentira eso de que uno se acostumbra. Es mentira eso de que uno, con el paso del tiempo, logra ver el vaso medio lleno. No: uno nunca se acostumbra y ve siempre el vaso vacío. Cada partido en la B (qué importa si ganás, empatás o perdés) lleva esa carga brutal de sentir estar perdiendo el tiempo. De saberse en un lugar al que nunca se debió llegar. Como el preso inocente que mordiéndose las uñas cuenta gota a gota cada segundo de libertad arrebatada. Así. La B es una cárcel.
Pero pasa, también, que después de estos cinco años alargados. Después de tanto desatino, de tanta payasada dirigencial, de tanto mercadeo con el corazón del hincha, hoy el América es campeón de nuevo (hoy no vale el todo puede pasar no, el América será campeón y punto). Y pasa también que el amigo borracho que nada entiende de compasión, se tendrá que quedar en casa, escondiéndose del ruido y de la felicidad atragantada –en forma de tumor- que hoy por fin me puedo arrancar del pecho. Que hoy por fin podemos arrancarnos todos los americanos.
Pasa que hoy se cierra ese ciclo maldito que llevó al América al agujero negro de la B.. Es verdad que a este espectáculo le sobraron lágrimas, putazos, depresiones agudas. Que a este escándalo le sobraron días y noches y atardeceres. Le sobraron domingos grises, sábados de 0-0. Le sobraron goles errados y ascensos fallidos.
Le sobraron banderines mal levantados, autogoles, errores en defensa. Le sobraron dirigentes incompetentes y técnicos sin arrojo. Jugadores- Mercenarios que no dieron la talla. Apellidos extranjeros sobrevalorados. Le sobraron, en fin, muchas horas y minutos: le sobró tiempo.
Pero pasa que se cierra. Que se va. Que esta noche, este ciclo maldito se clausura para siempre.
Gracias a ‘el Tecla’, y a Bejarano, y al profe Torres. Gracias a Ángulo, a Jonhathan y a Lucumí. Gracias a Hérner, a Efraín Cortes y a Christian Marínez Borja. Gracias a Mosquera, a Aníbal Hernández y a William Arboleda. Gracias a todos ellos que supieron quemarse en este infierno. Que supieron aguantar en esta cárcel. Que no se cedieron ante el tiempo canalla.
Gracias a ellos, avemaría, salgo yo también de este encierro de mil ochocientos días. Me despido de esta celda. Me declaro en libertad.
Qué bien se siente.
Foto: