Lo hemos visto mil veces en video y no lo entendemos. Por eso tuvimos que ponerlo en palabras.
Tumban a Romario, o Baixinho, como le dicen. Dunga coge el balón y lo lleva hasta el punto de la falta, a unos veinte metros de Fabien Barthez, el arquero francés, que acomoda su guante izquierdo en el borde de la boca para gritar. Roberto Carlos Da Silva, aquél veloz lateral izquierdo, trota para decirla a Dunga que no se preocupe, que él va a cobrar. Dunga se aleja.
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Francia y Brasil ya están clasificados para el mundial. Roberto Carlos se agacha, coge el balón, lo acomoda, más bien lo acaricia, le habla, le susurra. Luego se levanta y paso a paso, retrocede. La barrera se arma de a poco, los cuatro galos se alistan para defender el tiro libre. El balón está quieto sobre el pasto. París espera. El árbitro pita y Roberto Carlos sigue retrocediendo, llega hasta el círculo central, a unos metros de la mitad del campo. Allí, antes de la línea de cal, hace una breve pausa, se llena de aire. Empieza a correr. Primero pasos cortos, después más largos, acelera. El pequeño Roberto Carlos, con pasos de gigante. Un largo impulso. Una carrera de ocho, diez metros, como una contención de aire, una gran inhalación. Corre, corre el brasilero nacido en Garca en 1973.
Finalmente llega al balón y lo golpea con la fuerza de la exhalación, explota el aire que contenía en su interior. Pie izquierdo, borde externo, un golpe con todo el cuerpo, con la violencia de la respiración retenida en los pulmones por varios segundos. El balón se eleva, se comienza a abrir antes de llegar a la barrera, a la altura de la cintura del capitán Deschamps que lo ve pasar como un misil. El ‘7’ se cubre el pecho, ve una ráfaga y no más: un destello de luz y aire que pasa por el lado izquierdo de su cuerpo.
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La pelota sale, se alarga, parece que no tuviera dirección, pero segundos después empieza a cerrarse. Se cierra, se cierra como un boomerang. De espaldas se ve a Roberto Carlos caer de un gran salto. Barthez está quieto, atónito mira cómo la pelota toca el palo y finalmente entra. Es mentira lo que dicen: el viento no movió al balón, el balón movió al viento. La curva más hermosa que ha visto el fútbol.
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