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La cartelera anuncia una disputa tremenda. La calidad de ambos jugadores, el momento de cada uno y la guerra que hay por su posición en la Selección son condimentos que ensalzan la contienda. Al lado derecho del ring, de azul, tenemos la dureza, la intensidad maratoniana y el salvajismo noble de Jhon Duque; al izquierdo, de rojo, y con el porte simplista de siempre, casi callejero, con su producción y su distribución, tenemos a Víctor Cantillo. Una pelea digna de todo un revuelo mediático.
Afuera del cuadrilátero, en la mesa de jurados, José Néstor. En la foto, su rostro refleja el estrés que genera el viaje a Rusia. Cuadrado entre algodones, Mina rezagado y el problemón en la zona media del campo son las causas de las ojeras que carga. Por esto último es que ha tenido que venir a escarbar en los cuadriláteros rústicos del rentado nacional.
Con los guantes ya puestos, ambos jugadores se miran fijamente. En medio de saltitos, en puntas, Duque da el primer golpe. Se abalanza contra Cantillo y le repasa la cara a golpes. El de rojo no puede afianzarse sobre la lona, intenta, pero yerra. TIN TIN TIN. El primer asalto termina y las tarjetas le dan los puntos a Duque. ¿La razón? Es un volante de marca entero, lo que te pide el manual, de juego simple, sin inventar, de quitar y entregar. Los números están ahí para justificarlo: en lo que va de la temporada el de azul ha quitado 20 pelotas, el de rojo apenas 11.
Cantillo sufre en las cuerdas. Parece encerrado, Duque es una fiera…
Pero de repente, el de rojo, elegante y garboso, sale del encierro con un ataque bien distribuido, así como su juego. Jab de derecha arriba, gancho al hígado y un volado de izquierda. Lo suyo son los pases y la conducción, ahí se ve mejor, mucho más fuerte, más ágil. Han jugado casi el mismo número de partidos, Duque ha jugado siete, Cantillo, seis. El de azul ha completado 157 pases; el de rojo ya supera los 280 menos y tiene un partido menos. Su efectividad ha sido del 92% y la de su adversario apenas del 80%. Muchos más pases y muchos más aciertos. El ganador del segundo asalto no admite discusión… A Duque le sangra la sien.
La pelea es buena. Abajo, el jurado argentino sonríe y hace cuentas alegres para el futuro. Dos luchadores excepcionales que se complementarían de maravilla si el boxeo se bailara en pareja. Pero no… al final solo uno puede levantar el brazo.
Antes del inicio del último round, ambos se lamen las heridas. Duque tiembla, pues aunque confía en lo que tiene, hay cosas que se escapan de su control. El temblor revela nerviosismo, justificado, de por cierto. Lo que él ofrece ya está cubierto en la Selección. Él lo sabe y lo sabe también Víctor, que sonríe confiado en el otro extremo del ring. Ninguno de los dos es bobo. Han visto a Colombia y saben que el argentino necesita a alguien que se meta en medio del desorden y reparta balones a lo Tony Kroos. Y justo ahí es donde mejor se mueve el rojo, con su elegancia, con sus pinceladas, con sus líneas de pase.
Ya. Mucha pensadera. La campana suena y Jhon Fredy se abalanza. Golpea y golpea. El público da un suspiro de asombro. El de azul tira y tira jabs, incansable, como en la cancha. Cantillo, sin embargo, no muestra daños ni dolor. Deja pasar el tiempo, parece inmune a los intentos briosos de su oponente. Esquiva. Levita. De repente, como en la películas, se saca del sombrero un gancho a la quijada que manda a Duque al suelo. TIN TIN TIN. Final, no va más.
El anciano, conmovido, se trepa al cuadrilátero y antes de levantarle la mano al ganador, mira con respeto al perdedor, que escupe sangre en la lona. Sin musitar palabra, con la mirada, le explica lo que él ya sabe: que no es la prioridad, que ya tiene mucha roca en la mitad, que lo lamenta, que aunque también él dio pistas de saber con el balón, sus esfuerzos no terminaron de cautivarlo.
A Víctor tampoco le dice mucho. Una sola frase. Seca, tan seca como contundente. “Ve a Rusia y retiras a Abel”. Víctor alista las maletas y mira al horizonte: ir a Rusia, ahora, está en sus guantes.
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