En 1996, cuando Colombia apenas se sacudía la decepción del 94, Asprilla nos devolvió la fe y de paso se burló del para entonces flaco José Luis Chilavert.
El Mundial de Estados Unidos, como un fantasma maldito, aún recorre la mente de todos. La filtración de la mafia, la predicción de Pelé y el asesinato indigerible de Andrés Escorbar palpitan en un Metropolitano a medio llenar, desconfiado, resentido con la pelota.
Pero ahí están ellos, los de siempre, como queriéndose sacar del cuerpo lo que pasó dos años atrás. Ninguno sonríe; el himno es un canto fúnebre. Mondragón, Bermúdez, Leonel, Serna, Valderrama, Mendoza, Rincón, Asprilla, miran fijo, meditativos, solitarios. Los que vamos a morir, saludamos.
Enfrente, una bestia negra y maloliente: Paraguay.
El primero de ellos, con el número 1, es Chilavert. José Luis finge tranquilidad, transpira gota a gota su arrogancia. Luego viene la defensa, llena de apellidos serios: Ayala, Gamarra, Arce. En el medio está Struway, Roberto Acuña; su amardor es Sotelo. En punta, riéndose sin razón, aparece Jorge Campos. Los que van a morir, saludamos.
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Además del calor, del afán por ganar, hay una apuesta en el aire: Chilavert juró hacerle gol a Mondragón. También dijo que Valenciano, el gordito, nuestro 9, se parece a Kiko, el amigo del Chavo del 8, para luego aconsejarle “comer menos postres” y “darle ejemplo a los niños”.
En el minuto 4 Iván Rene cobra un tiro libre pegado al área. Es un golpeo preciso, ajustado, que viaja hacia el ángulo derecho… Pero Chilavert, que lleva un bulldog impreso en el pecho, vuela y desvía el balón. Luego se para y celebra con el puño apretado mientras escupe un grito seco de “vamos, carajo, acá estoy yo”. El gordo lo mira derrotado.
Minutos después el Pibe mete un pase preciso, entre líneas, adivinando la diagonal de Kiko. Chilavert achica feroz, como el bulldog que lleva en el pecho … Valenciano se apresura y patea a cualquier parte. Ahora va perdiendo 0-2.
El partido avanza cansino y espeso. La humedad se sale por el televisor, derrite al local y al visitante. El primer tiempo no va más. Colombia fue mejor y el cero-cero es culpa de Chilavert, que camina hacia el túnel saboreando los insultos de la gente. “Voy ganando”, se dice a sí mismo.
El segundo tiempo se consume lento. Llega el “sí se puede”, los calambres se asoman; y Paraguay encerrado cambia cada metro por sangre. Ansioso por el paso del tiempo, el Chicho Serna recoge el balón en la mitad, levanta la cabeza y con un pase seco, con timming perfecto, encuentra a Valderrama. El Pibe recibe y toca, con su sencillez prodigiosa. Luego corre al espacio, entrando al área, reclamando la pared.
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Pero Asprilla tiene otros planes, se adelanta al relato. Jugando con el cuerpo, amagando patear, hace que el balón se acomode hasta estar a la distancia perfecta. Cuando patea, del balón sale el sonido de un rayo. Esta vez no hay bulldog que valga, comprueba Chilavert mientras se suspende en el aire y busca fallidamente alcanzar con su mano izquierda el balón hecho trueno.
Asprilla celebra con su maroma de siempre. Mirando a la gente, esquivando los abrazos, el Tino lo saca todo. Es un grito de gol que también es de rabia. Contra los descreídos, contra los narcos, contra los asesinos de su amigo. Y contra el arquero paraguayo, un tal Chilavert, que días antes del partido se atrevió a meterse con su amigo. El 9, el gordito. El que efectivamente parece el amigo del Chavo.
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