Este es nuestro homenaje a Carepa Gaviria y Giovanni Córdoba, dos cracks que se fueron como vinieron, con los guayos puestos.
El 23 de octubre de 2002, en una entrevista intrascendente, de rutina, Carepa Gaviria, capitán del Cali líder de la liga, le dijo a un periodista que los seres humanos no pueden predecir el futuro y que, aunque a los ojos de todos ya estaban clasificados, había que dejar a la gente con la duda y no confiarse… pues el mundo se podía acabar en cualquier momento.
El mismo día, uno antes del fin, en otra entrevista intrascendente, de rutina, Giovanni Córdoba, un joven delantero del Cali líder de la liga, le dijo al mismo periodista que había que seguir trabajando igual de fuerte, sin distracciones, para llegar a las finales con la misma seguridad y confianza. Este no lo dijo, pero quizá lo pensó, seguro lo sabía: el mundo se podía acabar en cualquier momento…
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Mientras el equipo profesional calienta y estira en la cancha número dos, mientras se prepara para la práctica de fútbol, en Pance llueve a chorros. Como culebras amarillas que aparecen y desaparecen, los truenos se reflejan en la grama. El profe Quintabani, que sabe que le tiene que ganar al Cortuluá el domingo, aunque los oye, los ignora. La pelota nunca para. Giovanni Hernández, Leider Preciado, Abel Aguilar, Carepa, Elkin Murillo —los titulares— , empapándose, atienden a sus instrucciones roncas y con pronunciado acento argentino. Del otro lado, los suplentes saborean las gotas saladas que el cielo les escupe y hacen chistes para olvidarse del frío. Giovanni Córdoba, concentrado en hacer un gol para ganarse algunos minutos el domingo, sin hablar con nadie, mojado de pies a cabeza, tiembla.
En Cali la tormenta ha inundado las calles. La ciudad ha colapsado. Llueve como nunca antes. Y truena.
Cuando todo está listo para que empiece el partido entre titulares y suplentes, antes del feliz pitazo inicial, con el sonido del fin del mundo, el cielo se adelanta… Uno a uno, jugadores y cuerpo técnico, vencidos por la luz que les sube de los pies a la cabeza, pasando por el corazón, caen desgonzados. Fredy Hurtado, el lateral, que esta vez entrena en el gimnasio, ve a su ejército caer. Aunque el trueno no ha llegado hasta él, siente una descarga de electrones que lo hace entrar en pánico.
Sin que la lluvia cese, empapadados de miedo, aturdidos, los jugadores y el cuerpo técnico se reincorporan con dificultad. Todos menos dos.
El corazón de Carepa Gaviria se quiso salir del pecho muchas veces antes. Cuando salió campeón con Nacional y con el Cali, cuando oyó por primera vez el himno de Colombia en los Juegos Olímpicos de Barcelona, o en las tres Copas América que jugó, o en el Mundial de Estados Unidos. Y sin embargo, todas esas veces aguantó y siguió latiendo. Esta vez, cuando llegó a la clínica del Valle del Lili ese jueves 24 de Octubre del 2002, por la descarga de voltios, ya no tenía sístole ni diástole. Ni sangre fresca. Ni más partidos por bombear.
El corazón de Giovanni Córdoba sí llegó al hospital latiendo, inflándose con dificultad, aferrándose al mundo. Y así estuvo. Y así aguantó el primero y el segundo y el tercer infarto. A las cuatro de la tarde del domingo 27 de Octubre del 2002 ya no pudo más. No tenía más goles por bombear.
Recordar sus muertes, 15 años después, es sentir que ese trueno feroz, que se reflejó en la grama en forma de culebra mortal y les paró el corazón, nos alcanza y nos recorre. Es sentir su descarga de tristeza y de dolor. Es volver al absurdo.
Pero es también recordar dos muertes poéticas. Con los guayos puestos.
En memoria de estos dos que están ahí por siempre y para siempre.
Foto:
Futbolete