Les presentamos a un Bayern que, simplemente, no se olvida.
Usted me dirá que se lo sabe de memoria, que solo han pasado unos años, que ese Bayern es el mismo de hoy… Falso. Puede que haya algunos nombres repetidos, pero el equipo de Jupp Heynckes fue totalmente diferente al de Guardiola y al que ahora intenta construir Ancelotti. Fiel a su pragmatismo, su equipo vivía para hacer trizas al contrario. Vertical, rápido, instintivo y organizado: este Bayern subía tres goles al marcador en lo que dura un estornudo. Fue violento, conquistó Europa y ganó el triplete; pero lo que hace a este equipo eterno es que antes de tocar cielo caminó descalzo por las brasas del infierno.
Seguramente usted no recuerda que el que podría ser el mejor Bayern de la historia, es también el último que se fue en blanco en una temporada. De hecho fueron dos, en la 2010/11, con Van Gaal, y en la 2011/12, en el primer año de Heynckes, no hubo ni Liga, ni Copa, ni Champions.
El año antes del triplete, el Bayern fue líder del campeonato hasta febrero, cuando el Dortmund de Klopp, Lewandowski y compañía le arrebató la punta e inició una cabalgata a la que los bávaros no pudieron seguirle el paso. La historia fue la misma en Copa: Klopp y su gente se quedaron con el doblete después de un humillante 5-2 en la final. Esa noche Lewandowski hizo tres y se llevó la pelota con el juramento de que nunca jugaría con la camiseta del Bayern. Ay, el fútbol. Todo esto fue exactamente una semana antes del partido más importante de la temporada. Ganar la Champions lo salvaba todo.
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La final era en casa, en Allianz Arena, contra el pobre Chelsea de Di Matteo. El plato estaba servido. El once de gala se recitaba de memoria, sin embargo ese día, por acumulación de tarjetas amarillas, hubo tres bajas hipersensibles: Badstuber, Alaba y Luiz Gustavo. El veterano de Ucrania Anatoliy Tymoshchuk remplazó al joven central alemán; el desconocido Diego Contento jugó por Alaba; y Müller entró al once titular por el volante brasileño. De resto, todo igual.
A los cambios obligados Heynckes los acompañó con Neuer en la caja; Lahm de lateral derecho; Robben y Ribery como cuchillos exteriores; Kroos y Schweinsteiger, perfectos, infalibles, en el cuarto de máquinas; y arriba, los killers de la Mannschaft: Mario Gómez y Thomas Müller, el robot.
Todo marchaba según el plan de los bávaros. Ashley Cole y Jose Bosingwa, los laterales blues, hacían agua frente a las arremetidas del Bayern. Faltaba precisión, pero sobraba ímpetu y juego. Una, otra y otra… atajada de Cech, balón al palo, gol anulado a Ribery…El gol era una certeza dilatada que llegó en el 82′ cuando Muller, a pase endiablado de Toni, martilló el balón contra el suelo. Picabarra y gol de campeonato a falta de ocho minutos y contra un Chelsea invertebrado e indefenso.
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Heynckes no quiso correr riesgos y a tres minutos del final sacó a Müller para darle juego a Daniel van Buyten, el gigante belga, buscando librarse de todo mal en los balones aéreos. Ay el fútbol: tres centrales, un arquero de un metro con noventa y tres centímetros y sus siete compañeros no fueron suficientes para evitar la catástrofe. Cuando el cronómetro marcaba el minuto 88′, Drogba vio en un cobro de tiro de esquina la oportunidad de sacar a su equipo del pozo. ‘El Elefante’ recorrió la mitad del área, se deshizo de la marca de Boateng y de cabeza la colgó del ángulo. Su grito de gol seco, feroz, contrastó con el silencio triste del mundo fútbol. El peor Chelsea de todos estaba de vuelta. 1-1. Podía ser el rey.
El Bayern se vino abajo. Entró Ivica Olic, pero su suerte no fue mejor que la de sus compañeros. Robben erró un penal y terminó de enloquecerse. El Chelsea, impasible, disfrutó el lapsus de demencia de sus rivales. Feliz con el paso del tiempo. Más por compasión con el equipo de casa que porque el cronómetro hubiera marcado los 120, el árbitro terminó la prórroga.
En los penales, la suerte maldita fue primero para el el ingresado Olic y después para el maquinal ‘Schweini’ que la marró al palo. El Chelsea hizo lo suyo y se confirmó como el campeón más indigno en cantar We Are The Champions.
El equipo al que llega James es otro. No conoce la derrota y eso es peligroso. El Bayern conoció el hambre y a partir de ese momento empezó a comerse Europa, pero quedó satisfecho y perdió fiereza. James la conoce, ojalá puedan entenderse. Les conviene ambos.
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