No es casualidad que nunca, nadie, les haya ganado siendo locales por eliminatorias. Brasil siempre va en serio. Su camiseta no se mancha.
Esta última fecha, literalmente, dejó de todo. Los niños venezolanos, otra vez, dieron un baño de dignidad y de amor propio. Ni las chicas calientes paraguayas que llegaron a la concentración para hacerlos caer en la tentación de la carne pudieron fisurar al ejército que ha forjado Dudamel: 0-1 en Defensores del Chaco.
Messi, jugando a que todavía tiene algo por probar, volvió a estar en #ModoDios y se sacudió la mala sangre con un hattrick al que no tiene caso adjetivar.
James, con su pierna izquierda fallándole, decidió que el gol mundialista debía ser con la derecha. Paolo Guerrero, porque el fútbol mima a los valientes, porque tenía que ser él, hizo el gol que le compró a Perú el repechaje; su foto junto a Falcao, ambos pensando en Rusia, es un canto a la felicidad y a la justicia.
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Todo esto nos dejó, de todo esto nos tendremos que acordar. Y sin embargo hay algo más. Algo que no podemos dejar pasar. Hablamos de Brasil.
Porque lo hecho por Brasil, en apariencia lógico, rutinario, esconde un hermoso homenaje al juego limpio. Fair Play. Jogo limpio. El 3-0 de ayer al Chile bicampeón de América fue otra muestra feroz de que el fútbol total, el fútbol de los mejores, el fútbol que inventó el Scratch, consiste en una sola cosa: pasarle por encima al rival. Devorárselo. Sin concesiones ni cálculos. Sin treguas.
Y es que el equipo de Tite, si jugara con otra camiseta, podría haber oído al deseo del pueblo y fantasear con la idea de ayudar a Chile para dejar afuera a Messi y sus amigos. En otros lugares –Uruguay y Argentina para no irnos muy lejos– no sería escandaloso aflojar, darse la mano, jugar a medio gas. Pero no en Brasil, no con la verdeamarela puesta. Brasil 1, Chile 0.
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El equipo de Tite, clasificado con cuatro fechas de anticipación, bien podría haberse puesto a inventar, a probar nuevos nombres, a proteger a los cracks. En cualquier otro país del mundo estaría todo bien con reservar a Neymar, proteger a Coutinho, con con no arriesgar a Gabriel Jesús. Pero no en Brasil, no no: para ponerse la verdeamarela hay que estar dispuesto a luchar, luchar siempre, en La Paz y en Quito y en Bogotá, contra el primero o el último; sin descansos, precauciones ni reservas: te llames Neymar, Ronaldinho o Pelé. Brasil 2, Chile 0.
Ayer en la noche, mirando para otro lado, jugando a divertirse, los de Tite se hubieran podido doblar, ceder, regalarles el punto que ponía a los chilenos en el mundial. Pero no, con la verdeamarela puesta no negocian, ni especulan. No regalan un metro. Brasil 3, Chile 0.
Queremos, para estos días de escándalos y reuniones clandestinas, de dirigentes encerrados, para estos días de Fifagate, más camisetas así. Que no se manchen. Que no se manchen nunca.
Termine sabiendo cuánto vale ir a Rusia 2018.
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