La opinión de los columnistas no refleja necesariamente la de Hablelbalón.
Hay jugadores, la mayoría —diría yo—, que aunque no son brillantes nos hacen felices. Nos gusta un jugador cuando su performance en la cancha, domingo a domingo, se ajusta a la expectativas que tenemos de él.
Para decepcionar, entonces, un futbolista no tiene que ser malo sino jugar por debajo de lo que entendemos como su verdadero potencial. Pienso en Messi y el mundial que jugó en 2014. Sin duda fue el mejor jugador de Argentina, hizo goles importantísimos y puso a su equipo en la final, pero contra los alemanes no le vi goles de tiro libre, ni colgaditas imposibles, ni eslálones de cien metros que terminaron con un disparo ajustado al palo derecho de Neuer. Decepcionó. Decepcionó y punto. Sin matices.
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Los mejores, los que nos parecen excepcionales, son más propensos a decepcionar. Me pasa con Jhon Duque, por ejemplo. Para mí es tan bueno, que no me convence su versión de futbolista metelón y aguerrido. Duque tiene para ser mucho más que “el que las corre todas y no da nada por perdido”. Por eso me molesta de más cuando da mal un pase fácil a tres metros o cuando prefiere jugar hacia atrás teniendo la opción de saltar líneas hacia delante.
Bueno, con Luis Fernando Muriel me pasa algo parecido, pero más grave, pues ya son demasiados años los que llevo esperando su mejor versión. Demasiados años siendo actor de reparto. Demasiados años en los que me ha quedado debiendo lo que en el fútbol llamamos “explotar”.
Tal vez el error fue nuestro. O mío. Después del Mundial Sub-20 —en el que fue el goleador de Colombia y el segundo goleador del torneo— lo puse en la misma bolsa que a James y otros jugadores llamados a ser parte del club VIP del fútbol mundial. Desde entonces, Luis ha sido siempre un invitado de honor, y le ha quedado grande hacerse socio. Ni en el Udinese, ni en la Sampdoria, ni con Colombia, ni ahora en el Sevilla; a Muriel no le ha llegado el punto de inflexión que fue Brasil 2014 para James.
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Ayer la noticia fue que el Sevilla se clasificó en Old Trafford por primera vez en su historia a los cuartos de final de la Champions. Muriel fue titular, jugó 72 minutos y salió por Ben Yedder. Cinco minutos después, el francés había hecho los dos goles de la hazaña. Los medios nacionales, paternalistas como son, reconocieron su trabajo táctico, la forma en la que desgastó a los centrales del United y finalmente el gesto de compañerismo que tuvo con su compañero (y competencia directa) en la celebración del primer gol.
Todo verdad. ¿Y qué? A lo que voy es que Muriel no debe ser (solamente) el del desgaste, el del trabajo táctico, el del ida y vuelta y el de los lindos gestos humanos. No. Lo que se espera de él es que sea el de las hazañas, el de los dos goles en Old Trafford, el del gol a De Gea en el partido de ida, el de los goles decisivos con Colombia. Un jugador determinante e indiscutible. Todavía nadie se ha atrevido a decir que el Sevilla se clasificó a pesar de que su delantero titular no tuvo la frialdad para resolver en los momentos clave de la serie.
Algunos dicen que el problema es seguir pensando que es un nueve de área cuando su posición ideal es de extremo o de volante por afuera. Ese ese es otra tema, pues se puede ser determinante en ambas posiciones y el simple hecho de que esto sea tema de discusión confirma que Muriel no ha logrado serlo en ninguna de las dos.
Su caso sigue dando la sensación de que se trata de un jugador con condiciones técnicas y físicas sobresalientes que no ha sido capaz de encontrar su lugar en el mundo. Lo dicho: no hay que ser malo para decepcionar.
¿Y la solución? Con el tiempo empiezo a creer que no depende de él sino de mi. Tal vez este sea su tope y sea yo el que deba aceptar que es solo un buen jugador; de partidos esporádicos, de 10 goles por temporada, un buen actor de reparto en la Selección Colombia. Eso y nada más. Nada de James. Nada de clubes VIP del fútbol mundial.
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