El PSG se está cayendo a pedazos y la culpa no la tienen ni Neymar ni Cavani
Lo fácil es quedarse con que Cavani y Neymar son dos niños incapaces de ceder a sus caprichos. El uruguayo, caballo del equipo mucho antes de la llegada de Neymar, reclama el derecho que le dan la veteranía y la jerarquía. Por su parte, el brasileño llegó a París guiado por los millones y por la promesa de que en Parque de los Príncipes sería el amo y señor del equipo, el único general entre un ejército de muy buenos soldados. Por los motivos que sean, ambos quieren cobrar los penales; quieren y, depende del punto de vista que adoptemos, tienen el legítimo derecho de hacerlo. El resultado de esto fue una pelea chimba que se capturó en video y que le dio la vuelta al mundo. Nada que antes no hubiera pasado en un equipo de fútbol.
La cosa es que, según lo que se ha sabido en la última semana, el rifirrafe infantil entre Cavani y Ney es solo la punta del iceberg. Según el diario El País de España, esto es solo un síntoma de un conflicto agudo que se estaba cocinando desde el día en que se anunció el fichaje de Neymar y mucho antes de que Cavani se negara a dejarlo cobrar un penalti. Parece que la cosa es más grave y que se debe en gran parte a una incompetencia brutal del club para gestionar la situación.
Poco tiempo después de hacerse oficial el paso de Neymar al PSG por 222 millones de euros, la UEFA amenazó al jeque Al-Khelaifi con sancionarlo y dejarlo por fuera de los torneos internacionales en caso de incumplir con el Fair Play Financiero. Angustiado, inexperto, torpe como el que siempre ha solucionado todo con la billetera, levantó el teléfono y llamó a algunos intermediarios para buscarle salida a varios jugadores de la plantilla, entre ellos varios pesos pesados que se sintieron traicionados y decepcionados. Matuidi, que llevaba seis temporadas en el equipo, no lo dudó y se largó para la Juve.
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La llegada de Neymar, como no podía ser diferente, entró en reversa. No solo porque su salario duplica al de Cavani —que es el segundo mejor pagado de la plantilla—, sino porque parece que en su nombre todo se vale. Al jeque se le olvidó que en su equipo ya había jugadores consagrados que llevan años siéndole fieles a la causa. A todos ellos les dio la espalda. Los hizo sentir prescindibles, como juguetes desgastados. Sin quererlo, y así después haya llamado a cada a uno a pedirle cacao, Al-Khelaifi dinamitó la armonía del vestuario. La llegada de Neymar, en vez de sumar, restó. El brasileño puede ser lo que sea, pero solo nunca va a ganar la Champions. Apenas llegó a París ya había repudio contra su nombre y él ni se lo sospechaba.
¿Qué pensaba el señor jeque? “Sacar 222 de la billetera y listo, asunto arreglado, ahora pásame esa Champions”. ¿Cómo se puede ser tan rico y tan ingenuo? Construir un megaproyecto como el que se propuso requiere, además de petrodólares, una gestión impecable de los egos, del talento humano. La plata no compra compañerismo, ni solidaridad, ni amistad, ni títulos. Al-Khelaifi encerró a una jauría de perros rabiosos en un ascensor, los toreó y pensó que, en vez de comerse a mordiscos, iban a aparearse.
Como si fuera poco, después trató de apagar el incendio y sin quererlo le echó gasolina. Lo que dañó con plata lo quiso arreglar con plata y ahí sí se le fue hondo. Dicen que le ofreció un millón de euros a Cavani por dejarle los penales a Neymar. Este, que ya es millonario, que quiere al club y que todavía juega por honor, le puso la billetera de sombrero. Entonces si los jugadores ya se sentían minusvalorados, ahora se sintieron humillados. El príncipe les escupió en la cara por enésima vez.
Desde afuera, la figura de Neymar se muestra odiosa. Claro. Él no ha hecho nada para mediar el conflicto, ha sido arrogante y su actitud, en mi opinión, ha sido nociva para el club y deja en evidencia sus valores como jugador de equipo. Pero esa es otra discusión. Su malestar es explícito y caprichoso. Sin embargo, él nunca escondió que se iba del Barca para poder ser actor principal, y los actores principales cobran los penales o en su defecto deciden quién lo hace. No es un problema de exigencias sino de expectativas. Su problema no es con Cavani, su problema es con lo que le prometieron y le incumplieron. En Catar le ofrecieron cosas que no le podían cumplir.
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Que el brasileño podría ser más humilde, sí; que tal vez la cosa no habría llegado tan lejos sin su “pataleta”, de pronto. Pero él no se inventó el Fair Play Financiero, él no fijo su salario y tampoco fue quien llamó a los representantes para que salieran a vender a sus compañeros. Ney llegó y exigió lo que le habían prometido: ser el capo, nada más. La pita la enredó Al-Khelaifi solito.
La Champions va para la segunda fecha de la fase de grupos y el “favorito” ya está disociado. De un lado está Neymar que se cree el único amo porque así se lo hicieron creer; del otro lado están los jugadores antiguos comandados por Cavani que “odian” al niño nuevo y que cada vez confían menos en la seriedad del proyecto; entre los dos extremos flota un billonario frágil que no encuentra como apagar el incendio; y en la periferia, minúsculo, con poca voz y poco voto, orbita Unai Emery.
¿De quién es la culpa? De la ingenuidad del jeque. De nadie más.
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