Mientras Colombia ha sido una escuela de grandes narradores, seguimos esperando a que aparezcan comentaristas a la altura. En la serie entre Nacional y Millonarios, los televidentes tuvimos que sufrir con las intervenciones de Óscar Rentería. Una de las ´vacas sagradas`del medio.
La búsqueda por convertir al FPC en un producto comercialmente cada vez más atractivo debe ser una búsqueda integral. Mejores jugadores y clubes es lo fundamental, el juego en sí mismo, por supuesto. Pero el marco, el resto del paisaje también es importante.
Un buen comentarista mejora un mal partido. No solo es un intérprete del espectáculo, sino que es un agente con un importante componente pedagógico. Puede reforzar falsos imaginarios y lugares comunes que hieren la esencia del fútbol. O por el contrario, puede educar a su audiencia y hacerle ver cosas del juego que no parecen evidentes pero son esenciales. Puede y debe ser responsable con sus planteamientos, pues el comentarista es el editor del partido. Debe tener un alto conocimiento del juego.
Como televidente me daría gusto que apareciera el Juan Pablo Varsky o el Diego Latorre colombiano, para oír en su voz el fútbol local. Pero mientras el medio y la academia lo encuentran hay ciertos mínimos que los televidentes debemos exigir. Una semifinal Millonarios-Nacional demanda una puesta en escena impecable. El contexto suponía todo un desafío para el comentarista. Era un partido con una tensión y una importancia máxima. La cancha, que era una piscina, hizo el juego complejo en la mitad. Estaban todos los condimentos. Un partido hermoso pero difícil. Es ahí, precisamente, cuando debe aparecer la sensibilidad y la agudeza del comentarista para mejorar el partido.
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Pero, por el contrario, las intervenciones de Oscar Rentería en los partidos en Bogotá y Medellín hicieron la transmisión por momentos irritante. Su manía por hacer de manera permanente chistes insulsos —y malos— dejaron sin palabras hasta a sus compañeros. Cuando Henríquez y Franco se encontraron en un choque que los dejó sangrando atinó a decir que no entiende la moda de los jugadores de raparse, que el pelo protege la cabeza; y como a Franco le pusieron un gorro para proteger la herida, dijo que se lo pusieron para que pudiera nadar. Claro, gorro, agua, cancha, nadador… un genio.
No solo su insistencia por hacer chistes y comentarios sobre detalles sin relevancia resulta molesto. Dedicó parte del primer tiempo a hablar mal del partido, “que no fue lo que vinimos a ver”, sin tener un solo reparo en el estado de la cancha. Como si jugar una semifinal de tal tensión en un césped inundado no condicionara el espectáculo.
El televidente —al menos yo— quiere que le digan qué significa que no esté Rojas y sí Domínguez y Duque; por qué Maxi Nuñez jugó mal en toda la serie; qué aporta Riascos y qué Ayron del Valle; cómo Russo anuló a Mateus Uribe y a Ibargüen en los dos partidos; por qué Elkin Blanco terminó siendo fundamental en el sistema de Rueda; las malas artes de Henríquez y Cadavid para defender, pues cada vez que los gambetean se ven limitados y coquetean con la roja. Yo esperaba oír la respuesta a estas preguntas antes de que se consumieran los minutos. Pero no.
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Los secretos del partido pasan inadvertidos para Rentería y en cambio le da paso a frases generales, vacías, que maquillan la falta de elocuencia y sensibilidad para leer el partido. Frases tipo: “Millos sí sabe lo que vino a hacer”, “Nacional desde hace cinco minutos hace mejor las cosas en la mitad de la cancha”, “el partido está enredado y ninguno sabe bien qué hacer”. En ese momento, el comentarista pasa a ser una especie de música de fondo que acompaña los cánticos de las barras, y no un actor activo que le susurra al oído al televidente. Necesitamos comentaristas que nos mejoren los partidos.
Rentería terminó de quedar desnudo cuando entró Henao por Duque y le pidió a su compañero que le explicara la diferencia entre los dos. Jhon Fredy Duque ha sido un jugador fundamental en la era Russo. Asignarle un partido tan taquillero a alguien que no conoce perfectamente a los equipos es una falta de respeto con el televidente.
Si bien es cierto que el rol de comentarista es difícil —exige permanente elocuencia, veloz capacidad de análisis y un olfato agudo para captar todos los detalles del juego— la audiencia y el público futbolero en general deben pedirle mayor capacidad y mejores argumentos al medio. Un monopolio de los derechos en cabeza de un grupo económico puede llevarnos a un estado de mediocridad.
Podemos y debemos exigir una transmisión con mayor altura para este tipo de partidos. Una audiencia apática y conformista es lo peor que le puede pasar a nuestro fútbol.
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Twitter: @sebastiannohra
Foto: pulzo.com