Wilmar Roldán y el fracaso del VAR

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El Lanús-River del 2017 ya es un clásico de la Copa Libertadores. Un partido inolvidable que está manchado por un colosal escándalo arbitral.

 

A los que aman el fútbol suramericano y la Copa Libertadores les diré lo que quieren leer antes de entrar en materia. Fue una noche conmovedora. Especial. Claro que sí. Un partido con todos los condimentos. Al minuto 23′ con un gol del pibe Montiel, ‘Napoleón’ y su River daban otra exhibición más de autoridad. La capacidad de ir a cualquier estadio del continente y mostrar mejor que nadie ese “saber jugar la Copa” . Era la tercera final continental en tres años del mejor entrenador de la historia de River.

 

Al otro lado, a millones de años luz de poder disputar la final, el Lanús de Almirón. Al día de hoy el tercer mejor equipo de Argentina. Una banda que en 20 minutos geniales demostró que cuando juega liberado y se entrega al vértigo, se lleva por delante lo que le pongan. Sin embargo, parecía que ya estaba eliminado. Muerto. Sepultado en una noche de brujas. Pero al minuto 40′ en el área de Lanús, la clara mano no pitada de Marcone fue un rayo que rompió el partido. River se fue al piso por la injusticia y no volvió más. Fue una jugada que condicionó todo el partido: el juego, lo anímico y lo arbitral.

 

Sin el VAR, la hazaña de los chicos de Almirón merecería la tinta de un mes de todos los periódicos del continente. El partido de Lautaro Acosta podría ser un ejemplo de cómo con velocidad, regate y carácter se pueden recoger las migajas de un equipo y levantarlo. El temple y la jerarquía de ‘Pepe’ Sand para fusilar dos veces a Lux en minuto y medio, y traer del más allá a Lanús debió ser algo que nunca hizo un delantero en una semifinal de Copa Libertadores. Y el partidazo de Pasquini. La tenacidad de Silva para cobrar el penal más difícil de su vida. El providencial mano a mano que Andrada le sacó a Scocco. El trabajo de Almirón, reconocido hace meses por mucha gente del medio.

 

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Sin VAR, la épica y la magia de la Copa Libertadores deberían los sustantivos que decoraran este partido histórico. Liverpool remontó tres goles al Milan en 16 minutos. Lanús le remontó cuatro a River en 24. Tristemente es imposible obviar lo que Wilmar Roldán y su equipo arbitral hicieron anoche con el VAR.

 

Alejandro Domínguez, el presidente de la CONMEBOL, se dejó convencer de Infantino y ordenó probar el VAR en las semifinales de Copa. Para mala suerte suya y de Infantino, y quizá para buena suerte del fútbol pensando en el futuro, quedó demostrado que el VAR como está concebido es un fracaso. Es un desastre que profundiza la inevitable dosis de injusticia que tiene este juego.

 

Con el 2-0 Roldán no quiso estrenar el juguete de Infantino con una clarísima mano de Marcone. Sin VAR no hubiera pasado nada. Sería un fallo más. La cosa es que esta vez hubo una docena de errores en una misma jugada. Primero, el error de Roldán y el línea que no vieron la mano en directo; segundo, el error de Roldán que no pidió el VAR ante la razonable duda; y tercero, el error de los asistentes y los encorbatados que tienen 200 pantallas para ver repeticiones desde todos los ángulos y no pidieron el video.

 

Al minuto 68′ cualquiera podía pensar que Roldán simplemente se estaba negando a ver el VAR y que quizá por vanidad consideraba que nada que no fuera su ojo y su juicio podía impartir justicia. Vale. Pero luego, un minuto después, accedió a ver en la pantalla el agarrón de Montiel: pitó penal y Lanús remontó.

 

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Con toda la logística y la capacitación previa, con el contexto, en un partido tan trascendental, ¿cómo es posible que Roldán y sus ayudantes solo usaran el VAR en una de las tres jugadas dudosas (el penal de Montiel, el penal de Marcone y una falta a Rojas en el tercer gol de Lanús)? Como dijo Gallardo en rueda de prensa: “puede equivocarse un árbitro, pero no siete”. Se equivocaron dos veces en cada jugada. No las vieron en directo y no apelaron a los videos para rectificar. Fatal.

 

La eliminación de River es un escándalo mundial. Es la confirmación de que una de las grandes reformas del gobierno de Infantino no funciona. Los errores del VAR en el Mundial Sub-20, amistosos, Bundesliga y Serie A han hecho poco ruido. Lo de ayer, en todo caso, tiene que ser una ruptura. Lanús hizo algo épico y la sensación de injusticia es monumental. Sin VAR no la tendríamos.

 

No digo que desistamos de la tecnología para mejorar el fútbol, pero las cosas no se pueden hacer tan mal, y menos en una semifinal de Copa Libertadores. Si el VAR intenta suplir lo que el árbitro no advierte, no tiene ninguna lógica que el que decida usar el VAR sea el mismo árbitro. Es decir, el que corrige y el corregido son la misma persona.

 

Domínguez le debe una buena explicación a River e Infantino otra muy buena al fútbol. Su juguete, por ahora, no funciona.

 

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Foto:

elespectador.com

 


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