Juan Pablo Ángel estuvo en el sánduche entre el Pibe y James. Fue un rockstar en una generación de futbolistas que todavía no se había creído el cuento.
La historia de Juan Pablo arrancó donde terminó, en Medellín. De verde. Tenía apenas 18 años cuando se le cumplió “el sueño del pibe”, debutar en el equipo de sus amores. Era un niño y una mañana amaneció sentado en un camerino junto a Higuita, Andrés Escobar y Barrabás Gómez. Sus ídolos. De ahí no lo sacaron más.
En el 89 se emborrachó hasta la madre por el título de Libertadores y en el 93 debutó con un golazo de media distancia contra el Cali. Un año después le hizo el gol del título al DIM y en el 97 salió goleador del torneo. De hincha puberto a ídolo en menos de diez años…
En el 96, River y Nacional se encontraron por la ya extinta Supercopa Suramericana. River perdió, pero sus scouts se llevaron anotado un nombre en sus libretas. Juan Pablo Ángel, se leía en mayúsculas. El pibe había hecho un gol y se había jugado un partido consagratorio en el Atanasio. ¿Y decirle no a La Banda? Imposible. A sus 22 años, alquiló un piso en Núñez.
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Aunque hizo gol en su debut, le costó sangre el cambio de liga. Primer fue suplente y no entró en los planes de Ramón Díaz. Dicen que desesperado se consiguió un entrenador personal. Algún día quería volver a Nacional… pero no tan pronto. Con sudor compró la confianza del ‘Pelado’. Y no la volvió a prestar.
De ser un olvidado se convirtió en la baza goleadora del River legendario de los ‘4 Fantásticos’. Quién fuera la BBC, o la MSN, al lado del Burrito, el Conejito, el Payasito y Angelito. Estos cuatro nos hicieron soñar. Recordarlos juntos es vivir. Con el millonario, Juan Pablo marcó una época dorada. Fue campeón en el 99 y luego en el 2000; hizo 63 goles y se despidió como ídolo. “Si están cerca del área péguenle a donde sea que, si el arquero da rebote o pega en el palo, ahí está Juan Pablo para definir”, repitió Ramón obsesivamente en cada charla técnica.
En 2001, cuando Colombia todavía era Columbia en el mundillo del fútbol, Juan Pablo volvió a hacer historia. “An-ge-li, An-ge-li, An-ge-liiiiii-tooooo” cantaba el Bambino Pons en las mañanas de Premier cada vez que el Aston Villa hacía un gol. En Inglaterra, antes de los Falcaos y los James, Colombia tuvo a un adelantado. Jugó más de 200 partidos en seis temporadas e hizo 70 goles. Números inéditos para un ‘colombiche’.
Y tal vez tenía más fútbol en las medias, pero cuando en la MLS apareció la figura del jugador franquicia, Ángel, junto a Beckham y Cuauhtémoc Blanco, atendió al llamado. Tenía 32 años y ya era hora de bajar la tensión, de jugar fútbol con sus hijos. Llegó a los New York Red Bulls, pasó por los Ángeles Galaxy y cerró su etapa yanqui en las Chivas. En Estados Unidos le llegaron los títulos con los que no pudo ni soñar en Inglaterra. Su sueño americano terminó después de alzar seis copas y hacer 75 goles.
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Como la historia es cíclica, redonda, a sus 37 años, con bastón, volvió a su primer camerino. Seguramente con Osorio no jugó lo que hubiera querido, pero a cuentagotas hizo parte de uno de los ciclos más ganadores de la historia Nacional. Ganó tres ligas y una copa, y se despidió. Ya estaba bueno, había sido suficiente. Veintiún años después se fue como siempre soñó. De verde. Ovacionado en el patio de su casa.
Con la Selección nos dio alegrías efímeras. Nos ilusionó. Nos mostró el camino. Ángel estuvo en el sánduche entre el Pibe y James. Le tocó una etapa cruda de la profesionalización de nuestro fútbol. Fue un rockstar entre una generación de futbolistas que todavía no se habían creído el cuento. Su jerarquía, y no mucho más, casi fue suficiente para llevarnos a un Mundial. Con sus goles macheteó la maleza del fútbol internacional y después de él, Europa dejó de ser un misterio. Gracias, hermano.
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Taringa