El equipo eterno de esta semana es el River de los animales: el de ‘El Burrito’, ‘El Lobo’ ‘El Torito’. ¿Se acuerda?
Era fácil ser del Boca del nuevo milenio. Parecido a lo que fue elegir al Barca de Guardiola. Eran unos tipos que la rompían y que a muchos les parecían hasta simpáticos. Enamorarse de ese Boca era asegurarse alegrías, títulos. Pero en el fútbol, como en el amor, poco puede hacer la razón; ya fuera porque un abuelo hincha de Millonarios nos lo enseñó, porque no nos enterábamos de nada o por rebeldes, por llevar la contraria, pasó: nos hicimos hinchas de River Plate.
La rivalidad entre River y Boca fue ajena a todo el éxito internacional boquense; River no se enteró que cuando visitaba la Bombonera, visitaba la casa del mejor equipo del mundo… no hubo respeto ni pleitesia. También reclamó lo suyo, también sumó trofeos. El Clausura del 2000 fue muy especial, por el plantel espectacular que tenía: Aimar, Saviola, Juan Pablo Ángel y Mario Alberto Yepes, por decir algunos nombres. Sin embargo, más especial aún, hay que decirlo, fue el Clausura 2002, recordado porque ganó en La Bombonera después de siete años sin profanar la casa de su peor amigo.
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Ramón Díaz había vuelto por enésima vez a River (no sería la última) para armar un equipo echando mano de jugadores experimentados y jóvenes promesas. Así se conocieron dos animales, el ‘Burrito’ Ortega y el ‘Torito’ Cavenaghi, una de las mejores duplas que ha conocido la banda cruzada. Todavía son varios los que pueden reproducir en su cabeza la voz de Mariano Closs (el relator de Fox Sports), narrando los goles de “Fernando Ezequiel… Ca… ve… na… ¡ghii!”.
Disfrute de la música y del tenor, Mariano Closs.
Cavenaghi fue el goleador de ese torneo, pero el día que River visitó la Bombonera, el ‘Torito’ se fue en blanco. Y, extrañamente, el ‘Burrito’ también. Menos mal que a esa dupla dorada la acompañaba un mediocampo exquisito. El ‘Cuchu’ Cambiasso (fue joven alguna vez), puso el primero al aprovechar una pelota que quedó huérfana en el área. Su pareja interior, zurdo, era un iniciático Andres D´Alessandro. Por la banda izquierda corría Victor Zapata, otro pibito que después de este River no tuvo la trascendencia que se esperaba. La cuota de experiencia que completaba la ecuación recaía en Coudet, ‘El Chacho’, que con 26 años jugaba ya jugaba como si tuviera 38, y que puso el 2-0.
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El partido se fue 2-0 al descanso, todo tranquilo para River. “Ahora sí, que saquen sus copas y que llamen a Bianchi, si quieren… de esta no los saca nadie”, pensábamos provocadores.
Siguiendo de adelante hacia atrás, el turno es de Cristian ‘El Lobo’ Ledesma; el único jugador que ocupaba la zona entre el mediocampo y la línea de tres defensas, impasable, su spot era para el rival “tierra de nadie”. En la defensa, como capo, Celso Ayala, el primer (¿y unico?) defensa paraguayo elegante de la historia. A su derecha, el mejor amigo de Maradona, Ariel Garcé. Y a su Izquierda, empiecen a acordarse, el rocoso Ricardo Ismael Rojas.
Que recogió la bocha en la banda izquierda a dos minutos del final y se aventuró con ella al ataque. Con el partido resuelto, se creyó el cuento, tocado por el llamado del gol. Encontró libre a D´Alessanro y picó al espacio. Andrés se asoció con Zapata, que vio a Rojas, a su compañero el defensa, llegando a la cabeza del área: no dudó en buscarlo. Ismael, insolente, la controló con el muslo y se quitó a un defensa del camino… avanzó un poco, vio a Abbondanzieri adelantado y… tuc. ¡Se la picó! ¡El gol de vaselina de Rojas enmudeció a la Bombonera! Después ya no importó nada, ni el Boca campeón del mundo, ni el Boca todo poderoso. River, invasor feliz, nos permitió a los pocos valientes que nos atrevimos a seguirlo, decir orgullosos: “Yo no sé si Boca sea el mejor del mundo, pero estoy seguro de que River es el mejor de Argentina”.