Un Santa Fe ansioso, por momentos confundido, con ventajas defensivas se mantuvo entre los ocho por un autogol. Se aferra a los octavos saciando su conocida adicción a sufir.
El partido contra el Junior, como contra Santos a mitad de semana, como contra Tolima el fin de semana pasado, como contra Águilas hace 15 días, volvió a ser un parto. El Santa Fe modelo 2017, el mismo que empezó con la ilusión de completar con Costas un invicto nunca antes visto, el mismo al que hacerle un gol, hace un tiempo no tan remoto, costaba un riñón, ya no lo puede disimular: vive para sufrir. La lesión de Tesillo fracturó al equipo. Su ausencia es una sombra que aterroriza a sus compañeros. Es la pieza que ha hecho que el rompecabezas de Costas tambalee, que se cambie la línea de tres por línea de cuatro, y de tres, y de cuatro. El tubo roto que fue su partida no se ha podido reparar.
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Y entonces contra el Junior volvimos a ver la misma foto. La misma adicción a sufrir. Comesaña, sin sorprender a nadie, vino a no congelarse en la ‘nevera’, a jugar el partido con cálculo, con nada que perder pero con mucho daño por hacer. En el primer tiempo, además de defender con 10 hombres, no hizo nada más. Santa Fe puso el nervio y el arrojo, pero volvió a ser un equipo intermitente, enlagunado, con muchos problemas para mirar de frente al gol. Y además, cuando el Junior ya no hacía negocio y se decidió por atacar no pudo blindarse contra los pelotazos largos, sufrió las espaldas, se quemó con el balón… vio balones rozando el palo, vio la mano milagrosa de Zapata, terminó pidiendo tiempo, saciando su adicción a sufrir.
La gente lo sabe, los jugadores lo saben, los rivales lo saben: El Santa Fe hermético, férreo, impenetrable, en el último mes ha brillado por su ausencia. Por eso el murmureo, por eso los putazos, por eso el enfado. Pero la gente también lo sabe, los rivales lo saben, costas lo sabe: si de sufrir se trata no hay un equipo mejor. Por eso el puño cerrado, por eso el grito seco que no escapa a la ilusión.