Este es un grito de rabia, de desahogo, con la fuerza de un grito de gol, contra el sistema VAR.
Pasan los minutos y no llega el gol de nuestro equipo. Empieza a doler el pecho, dan ganas de llorar y las náuseas empiezan a hacer lo suyo. Nos morimos por dentro.Tenemos un gol atragantado y lo único que nos puede salvar de un ataque es gritarlo, gritarlo con la vida. A veces nos quedamos esperándolo pero, ¡ay!, cuando llega no hay alivio más grande. Hay gritos de gol que sencillamente nos cambian la vida. Vemos a la pelota meterse en el marco y templar las redes contrarias, al árbitro señalar obediente hacia el ombligo de la cancha y entonces nos sabemos dueños del mundo, capaces de deshacernos de nuestro ahogo, y gritamos el gol desde lo más profundo del alma. Esa es la magia del fútbol. Esa es la magia que quieren robarnos.
¡Maldita sea!, imagínense lo que debe ser romperse la voz gritando el gol de nuestra vida, sentir que nos salen lágrimas de rabia y alegría, abrazarnos con amigos, enemigos y desconocidos, para luego ver al juez dibujando un televisor con las manos como haría un mimo. Ver que un par de referís sinvergüenzas deciden dentro de un cuarto lleno de cámaras que ese gol que valía una vida para nosotros, en verdad no vale nada. No, no, no, no, ¡y no! Eso es como reversar un parto, como darle marcha atrás a un beso: Antinatural. Sin sentido.
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La tecnología VAR (árbitro asistente de video, por sus siglas en inglés) se implementó en el Mundial de Clubes y ahora sigue su periodo de prueba en la Copa Confederaciones; sin embargo, lo que ha demostrado ya es suficiente para saber que el fútbol no se presta para esto. Ojo: no sólo quieren robarnos la magia del grito de gol; lo hermoso de este deporte es que para jugarlo no se necesita más que unas cuantas piedras, que hagan de porterías, y una bomba mal inflada (o, por qué no, un buen par de medias). El balompié se juega lo mismo en el potrero de una villa del Gran Buenos Aires que en la inmaculada cancha del Viejo Wembley. ¿Ahora qué? ¿Nos vamos a demorar un cuarto de siglo para que se juegue el mismo fútbol a lo largo y ancho del planeta? Porque, admítanlo, las cámaras del VAR son un lujo que está al alcance de muy poquitas ligas nacionales. Casi ninguna.
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Se pierde la magia del gol, que ahora tiene que gritarse con dudas, y se pierde la universalidad del juego de pelota. ¿Qué nos queda? O mejor, ¿qué nos trae la tecnología? Los grandes defensores de los árbitros mimos y sus camaritas dicen que será el fin de la injusticia en el fútbol. Tal vez tenga razón Infantino (que si me lo preguntan, se me hace igualito al Dr. Evil de Austin Powers): la VAR pondrá fin a los goles fantasma, a los piscinazos que se convierten en penales y los tantos marcados en offside. En otras palabras, no más goles con la mano (como el de Maradona) ni goles agónicos como el que le dio a Inglaterra su primer y único mundial. Esas pequeñas injusticias hacen parte del fútbol, son el fútbol. Que levante la mano el que no haya pedido penal después de un tropiezo descarado del delantero o el que nunca haya dicho que “no lo tocó” cuando el 5 estuvo a punto de arrancarle la pierna a un rival. El fulbito es imperfecto, injusto, sucio… lo que quieran… pero eso, justamente eso, es lo que lo hace hermoso. Por favor: ¡No le roben su magia!