El fin de semana volvió a dejar en evidencia a los dirigentes de nuestro fútbol. Pasan los años y acá en Colombia no superamos el vicio de despedir entrenadores. Es cíclico: luego de un semestre mediocre llega un entrenador nuevo —un chute de adrenalina para los aficionados— y tres meses después, cuando los resultados no son milagrosos ni fantásticos, entonces lo limpian bajo la premisa de que “las escobas nuevas barren mejor” y con la esperanza de que el cambio de aires sea un envión anímico suficiente para clasificar a los ocho.
Esta vez rodaron las cabezas de Juan José Peláez en Medellín y Héctor Cárdenas en Cali. El primero, una vaca sagrada en el mundillo de los técnicos y el segundo, un joven aspirante que prometía ser sangre nueva y al que muchos veían como una apuesta a largo plazo coherente con la filosofía del club que lo vio nacer. A ambos los limpiaron por no estar clasificados a falta de cinco fechas y porque sus equipos mostraron un fútbol soso y carente de ideas.
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En principio, parecen motivos razonables: falta de resultados y falta de juego. Pero, ¿cuándo vamos a dejar de ser tan ingenuos? En Colombia los clubes van de chicharrón en chicharrón, apagando incendios, esperando que llegue un mesías de la nada y solucione en tres meses lo que lleva años haciéndose mal. Esto es un síntoma del subdesarrollo de nuestra liga, de las precarias estructuras institucionales que son nuestros clubes. Los equipos que planifican a largo y mediano plazo se cuentan con una mano. Y sobran dedos.
Luego de la apuesta fugaz por Zubeldía, las directivas del Medellín vendieron jugadores importantes, no trajeron refuerzos a la altura de las expectativas y contrataron a un técnico que llevaba casi 10 años en el dique seco. ¡JA! ¿Qué esperaban de Peláez? Estamos hablando de un entrenador de fútbol, no de un brujo. Este juego es de procesos, no de magia. Con todo y eso, con sus más y sus menos, el señor logró llegar a la final de la Copa… y tres días antes del partido más importante del semestre, así como así, se acordó su salida.
En Palmaseca pasó algo parecido. Después del fiasco que fue Yepes llegó un entrenador humilde, pero preparado. Un interino ambicioso que llevó a un barco en llamas hasta la final. Como premio, borrachos por el tufo del pseudo-éxito, los dirigentes le dieron continuidad. A mitad de año los esfuerzos de Cárdenas salvaron al Cali de la debacle; hoy, 4 meses después, y a pesar de que siempre sostuvo que quería quedarse, que amaba al club, le cerraron la puerta en la cara. ¿Esa fue la apuesta? ¿Sacar pecho del hombre de la casa para luego dudar de él apenas los resultados estuvieran en su contra? Que hay elecciones y que todo eso complica el panorama, tal vez. Pero antes que eso hubo una mala planificación.
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Aunque ambos conservaban chances reales de meterse a los ocho, la decisión fue no seguir más con ellos. Ahora puede pasar que el DIM o el Cali salga campeón, claro. Ha pasado. Así son los tiros al aire, a veces pegan en el blanco. Pero no tenga duda que aun de ser así, el próximo semestre estarán igual: haciendo maromas.
Acá nadie sabe para dónde va. Vamos como mulas. Salir campeón o salir campeón, nada más sirve. No hay planificación, ni matices, ni lesiones, ni nada. En Colombia no entendemos de procesos. Los dirigentes prefieren desnudar su incompetencia cada cuatro meses que arriesgar un poquito y construir a largo plazo. Así somos…
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El País