Ya son dos décadas. Esta semana se cumplen veinte años desde que Arsene Wenger llegó a Londres. Veinte años. Sus canas, y también sus arrugas, así lo evidencian. Veinte años de luchas y romanticismo, veinte años que han fundido a Arsene y al Arsenal en una misma cosa. Hoy, no es posible entender lo que es el Arsenal sin antes entender y conocer al ‘Profesor’. Quizás, y si existe algo parecido al destino, su extraño nombre no fue una simple coincidencia, una arbitrariedad de sus progenitores.
Wenger llegó en el 96’ y, de entrada, pisó fuerte en Inglaterra. Tardó tan sólo una temporada en hacerse con su primera Premier League. Diez años después de su llegada el francés había conquistado tres títulos de liga, cuatro FA CUP’s y cuatro Community Shield’s. Para siempre se recordarán los dobletes de la 97/98 y la 01/02; de nuestras retinas no se borrará el equipo invencible que ganó invicto la última Premier del Arsenal. Ya han pasado 12 años desde entonces.
Como todas las relaciones amorosas que se perpetúan, este idilio también se ha trastocado. Nueve años en blanco y doce sin ganar ningún título mayor han generado hartazgo en algunos sectores de la afición. De historia no se vive y a los hinchas ya no les sirve que en 20 años su equipo no haya salido de los primeros cuatro puestos de la Premier y que siempre se haya clasificado a la Champions. La gente, más allá del buen juego y el romanticismo, está cansada de ver equipos irregulares, a los que les falta el hambre en las grandes citas; está harta de que siempre falte el “centavo pa’l peso”.
El problema, quizás, radica en los principios infranqueables de Wenger. Los pertrodólares llegaron a la Premier y el ‘Profesor’ se ha negado a afiliarse a la dinámica circense del mercado. Austero como es, dice que maneja las finanzas del club como si fueran las propias y se niega rotundamente a pagar millonadas por jugadores que explotaron en otros clubes. El prefiere traer jugadores jóvenes, baratos, y explotarlos él mismo. El Arsenal, entonces, es el equipo con mayor reserva financiera de Europa y es una apología a la empresa bien llevada…Los títulos, sin embargo, brillan por su ausencia. “Time for change” gritan muchos en Emirates.
En el fútbol moderno, la filosofía del ‘Profesor’, su austeridad, su tacañería –si queremos ser mezquinos–, lamentablemente, va en detrimento de los grandes trofeos. Innegable. Su figura, sin embargo, año a año nos sigue recordando que el fin no justifica los medios, que la victoria no es lo único y que detrás de todo esto que llamamos fútbol, todavía se esconden valores distintos al del dólar. Por resistirse con las tripas, por deleitarnos con buen fútbol, por su sonrisa, por su legado, por la esperanza, por todo esto y mucho más: Para siempre Wenger.