Hoy queremos recordar al Cúcuta Deportivo que se creyó gigante, que no creyó en nadie y que llegó a punta de fuego a semifinales de Copa Libertadores.
La historia del Cúcuta de la Libertadores 2007 es, quizá, una de las más lindas, épicas y dramáticas novelas que se han escrito en Colombia. La pluma de Jorge Luis Bernal, de Rubén Darío Bustos, de Macnelly, Blas y demás artistas del boom cucuteño tiene de todo: gloria, pena, cielo, infierno, héroes, monstruos y niebla, mucha niebla…
El cuento empezó dos años antes de la odisea en La Bombonera. El Cúcuta estaba pasando sus años más oscuros en el calvario de la B. El equipo llevaba casi cinco años sin ver la luz, el estadio se estaba cayendo y la gente los había abandonado. Todo iba de mal en peor, hasta que llegó el profesor Álvaro de Jesús Gómez. Les tendió la mano y los trajo de entre los huesos de la B a la A. Ya en primera, la mejoría fue maratónica. Sin el DT Gómez en el banquillo, ahora con el militar Pinto, quedaron campeones en el Finalización 2005 con una nómina de culto y se clasificaron a ‘Liberta’. Nada más píllela:
Esa banda campesina, de pueblo y de cantina, se los comió vivos a todos. Desde Nacional hasta el Junior. El general Pinto los tenía afiladitos y en fila india. Llegaron a la final contra el Tolima y se comieron hasta los huesos. En el General Santander ganaron 1-0 y en el Murillo Toro, faltando diez minutos, Macnelly empató un 1-o y le llevó su primera copa al pueblo de la frontera. Con carro de bomberos, pola, trago y mariachis, los recibieron en el aeropuerto. Se convirtieron en héroes y el pueblo creyó haberlo visto todo. Qué equivocados estaban. Nadie, ni las brujas, ni los adivinos de la frontera, sabían lo que al pueblo le venía.
Aunque el general Pinto los abandonó a comienzos de año (por la Selección Colombia), la semilla quedó plantada y el nuevo técnico nada más tendría que regarla y cuidarla bien. Y eso fue lo que hizo Jorge Luis Bernal. Agarró la banda, la llenó de más cracks (Rubén Bustos, el ‘Burrito’ Martínez) y se fue al combate a la Libertadores.
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En el sorteo, las pelotitas los pusieron en el mismo grupo de Gremio, Cerro Porteño y Tolima. La odisea inició con un empate a cero de locales, contra el Tolima. Luego viajaron a Portoalegre y se robaron un punto del Arena Do Gremio. Contra Cerro en casa se dieron la mano y allá, en Asunción, perdieron 1-0 y se vieron más afuera que adentro. De repente le ganaron a Gremio con el cuchillo entre los dientes y sumaron seis puntos. Quedaba un partido y si ganaban estaban adentro. El rival: el mismo de siempre, el Tolima, que iba segundo.
Entonces, viajaron a Ibagué. Las viejitas del pueblo los bendijeron, los adivinos les echaron arroz para la buena suerte y las brujas empezaron a hacer de las suyas con el rival. Y nada, ya en la cancha era ganar o morir. Y ganaron 4-3. Con el culo roto, pero clasificaron a octavos y le confimaron su paternidad al Tolima. Blas Pérez estuvo encendido, Macnelly fue lo que nunca más se ha visto de él, el ‘Burrito’ fue … Pa qué les contamos, veánlo:
‘El último partido de culto del FPC’
La ciudad por ese entonces fue un carnaval día y noche, mes a mes. Por las cuadras del pueblo, durante el matamata, empezaron a llegar las grandes estrellas del continente. De México, con el Toluca, llegó Sinha, el brasileño, y se llevó un paseo de cinco goles. El ‘Burrito’ Martínez fue una vaina loca y se fue de triplete. Para los cuartos, Muslera apareció con la remera de Nacional de Uruguay y se llevó dos goles en la bolsa. En Montevideo, Nacional lo intentó; pero un pepo de Bustos por encima de la barrera y un gol al 90 de Pajoy los sacó del ‘mundialito’. La ciudad ya era una locura, la gente ya no trabajaba y si lo hacía estaban borrachos. La máquina del ‘Topo’ Bernal parecía salida de un libro de ‘Gabo’: pura magia y pura imaginación.
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En semis, ya sin una gota de licor en la ciudad, se vino el monstruo de Boca y los inmortales que lo defendían: Riquelme, Palermo, Palacio, Ibarra, Battaglia, Éver Banega, Boselli, el ‘Cata’ Díaz, Clemente Rodríguez… «¿Y ahora?», preguntó Bernal. «Ahora, mister, ahora viene lo bueno», le respondieron los jugadores. Salieron en el primer partido, en casa, a por todo. Y Bernal puso todo lo que tenía en el asador: el ‘Curo’ Córtez, Braynner García, ‘Rufay’, Blas, el ‘Burrito’, Macnelly… Y sí que le respondieron. Empezaron con las piernas, no temblando, vibrando, y les cayó el primero, 0-1. Justo ahí, como un chispazo, la máquina encendió. Blas empató con una volea antecedida de un sombrero mexicano. En el segundo tiempo Blas volvió a pegarle a Boca y ya faltando nada, Bustos disparó su revolver y mató a Dios. Bueno, eso pensaron.
La leyenda dice que el triunfalismo los mató. Que los narradores exagerados que mandaron a Riquelme a, dizque aprender de los tiros libres de Bustos, revivieron a la bestia. Pero nada de eso. La bestia despertó sola. Entre la niebla, entre una Bombonera que les escupía en la cara, los muchachos de Bernal pecaron por ingenuos, por colombianos. Aceptaron jugar un partido en el que ni siquiera se veía el balón.
Y obvio, así, cegatones y vendados por la neblina, fueron un banquete delicioso para el monstruo. Aunque, ojo, Bustos tuvo el 1-0 de tiro libre ¡le dio en el palo! (o eso dicen). Pero después de eso, nada más del Milán colombiano. Desde el minuto 40 hasta el fin del partido solo se escucharon (no se pudieron ver) tres disparos. PA, PA, PA. En el momento nadie pudo confimarlo, pero horas después la prensa argentina se encargó de hacerlo. «Riquelme, Palermo y Battaglia asesinaron al Cúcuta de Colombia ¡Estamos en la final!»
Y sí, no fueron exageraciones de la prensa, después de La Bombonera el Cúcuta no volvió a ser el mismo. Hoy, nuevamente, se pelea entre la vida y la muerte en el ascenso. De esos mostros del 2007 solo queda Braynner García. Por ahora van de líderes y sueñan con volver. Ojalá lo hagan. Acá, en Hablaelbalón, los esperamos con los brazos abiertos.
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Diario Olé