Las mejores ideas no siempre trascienden por sí mismas. Necesitan de un guía, de un conductor que con un alto nivel de genio y competencia logre elevar el grado de trascendencia.
La semilla se plantó en Barcelona hace muchos años. Para algunos con Rinus Michels, para otros con Johan Cruyff. Sí, no fue Guardiola… Lo que había que esperar era que la profecía se cumpliera. Que algún iluminado le diera vida a la piedra tallada.
Los extremos abiertos y dinámicos, el intercambio de posiciones, el ataque posicional, la presión pospérdida, la salida Lavolpiana, el “hombre libre”, el resultado como consecuencia del buen juego, son conceptos que llevan años entrenándose en las escuelas de formación del Ajax y del Barcelona. Son ideas que durante mucho tiempo han sido cánones de la academia holandesa-catalana. Era necesario que tanta premisa fuese revalidada por un equipo de esta alcurnia.
La mácula de su obra sigue presente. Fue Pep quien logró condensar todo y a todos en un equipo. De Cruyff a Rijkaard. Fue Pep quien construyó, desde Valdés a Messi, todos los detalles que hicieron poner al mundo de pie. Fue Pep quien hizo de Xavi la razón de ser de su juego. Porque se diga lo que se diga, nunca la eficacia y la estética estuvieron tan cercanas en un equipo de fútbol; 14 títulos de 19 posibles, docenas de partidos que hay que volver a ver antes de dejar este mundo.
Tras la marcha de Guardiola de Barcelona, vinieron años convulsos y difíciles para el club. El cáncer de Abidal y la muerte de Tito Vilanova hirieron fuertemente la moral del equipo. Si bien se ganó una liga, el proceso de deconstrucción de los pilares del juego del equipo era continuo y acelerado. Se dejó de competir al más alto nivel –derrota 7 a 0 contra el Bayern- y la identidad del juego ya no era tan nítida. La falta de decisión de Martino para volver a los orígenes o para introducir cambios sustanciales, condenaron al equipo a un limbo que terminó en una temporada para el olvido.
La convicción en una idea se demuestra en la derrota. El peso del éxito justifica y legitima cualquier modelo. Es en el laberinto de la penumbra, cuando debe surgir la fuerza para defender y creer en la semilla que hace cuarenta años se puso. Y así lo hizo el club. Confiando en la respuesta de una generación irrepetible, se trajo a un facilitador que gestionara el nuevo proyecto. No había otro nombre mejor que el de Luis Enrique para comandar la nave.
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Del Barcelona de los volantes de Guardiola se pasó al Barcelona de los delanteros de Luis Enrique. Si bien el desequilibrio individual y la capacidad goleadora de los tres de arriba es algo que quizá nunca se ha visto, el equipo sigue siendo preso de su esencia. En cada rondo, detrás de la sombra del balón, viaja con ella la sombra de Xavi. Con una pizca menos de elaboración, estos muchachos volvieron a hacerlo. Otra temporada ganándolo todo, pagándole cada boleta a cada espectador. Cuando en octubre de 2008 se murmuraba “algo especial está sucediendo en Barcelona”, nadie imaginó que aquel equipo iba a terminar partiendo la historia del fútbol moderno.
Esta generación le enseñó al Barcelona a creer en su modelo más allá de las fronteras del éxito. Le enseñó a los entrenadores del mundo a no desconfiar de los centímetros de sus jugadores. Le enseñó a los porteros que ellos también son jugadores de campo y el primer delantero del equipo. A los volantes que el que mejor juega es el que menos la toca. A los delanteros que siempre hay un último pase. A los aficionados que el resultado se justifica desde la pelota y no al revés.
Y afortunados nosotros, los que de un balón hacemos el pan de cada día, por ser contemporáneos de esta generación. Porque será ésta la que en unos años pueda guiar a los barcos perdidos y sacarle una sonrisa a los futuros melancólicos. Porque estos muchachos, más allá de cualquier camiseta, han sido por todo y por sobre todo, una generación inspiradora. Gracias Barcelona, gracias Guardiola.