El viaje del Atlético Huila en 2007 para llegar a su primera final.
El apertura 2007 del Fútbol Profesional Colombiano visto desde la tribuna occidental del Plazas Alcid con mi Papá.
“Porque la mejor parte de nuestra memoria está fuera de nosotros, en una brisa húmeda de lluvia, en el olor cerrado de un cuarto o en el perfume de una primera llamarada: allí dondequiera que encontremos esa parte de nosotros mismos de que no dispuso, que desdeñó nuestra inteligencia, esa postrera reserva del pasado, la mejor, la que nos hace llorar una vez más cuando parecía agotado todo el llanto.” ― Marcel Proust, À la recherche du temps perdu, Tome II
Siempre será bueno recordar. ¡Poco sería el fútbol sin los recuerdos! Con ellos revivimos, volvemos a lo que somos, a lo que fuimos, a lo básico, a lo de siempre, a la casa y lo que eso significa. Justo estas letras, no son más que eso, una ayuda para recordar. De no ser por el virus que nos metió a todo el mundo en nuestras casas y detuvo el fútbol entre otras miles de cosas, estaríamos con mi papá organizando viaje a Barranquilla para Brasil a ver a Colombia. Mientras tanto, esto a manera de un homenaje a mi papá por el día de los padres.
El Atlético Huila ha sido siempre un equipo de media tabla hacia el fondo, un equipo de provincia con todo lo que eso significa en limitantes futbolísticas, económicas, locativas y deportivas, razón por la cual sus hinchas -como quien tiene una novia fea- son verdaderos hinchas. Ese sí que es amor verdadero.
Esta es la historia de una de esas pocas veces que la novia fea se vistió de gala para ir a una fiesta y quedó realmente linda. La fiesta tenía nombre propio: Final del Torneo Apertura 2007 del Fútbol Profesional Colombiano.
Esta historia está contada por alguien que sin ser el más hincha, acompañó a uno verdadero durante todo el torneo en el que por primera vez ese equipo de Neiva jugó una final que no ganó. No todas las historias de amor tienen finales felices.
Capítulo 1. Mi Papá y Yo (el hincha y el prospecto de hincha)
Mi papá es un Profesor de Fútbol (dejó de trabajar hace más de 10 años, pero aún sigue siendo profesor, y pese a que ha sido el mejor profesor de Educación física que tuvieron sus estudiantes, enseñando cualquier cantidad de otros deportes también, yo prefiero recordarlo como “El profe de Fútbol” (en esto estoy seguro que no estoy solo). Ama el fútbol, se ve un Patriotas VS Jaguares y se lo disfruta. Canta los goles, especialmente los lindos -los que han sido muy bien trabajados en equipo, esos los celebra como propios, y claro, tiene mucho sentido, porque a ese nivel superior se llega cuando se entiende un poco más y no solo se deslumbra por lo aparatoso de una voltereta de un solo jugador. Pocas veces pelea con el televisor. Sabe mucho de fútbol, lo jugó hasta sus 65 años a nivel competitivo, lo dirigió, lo ha estudiado. Gracias a él aprendí todo lo que sé de fútbol. Aprendí a leer de fútbol. Él se lo ha gozado más que nadie y hasta considera que le debe mucho, pues según él gracias al fútbol entró a la universidad donde conoció a mi mamá. De ahí nacimos mi hermano y yo. O sea, teórica y pretenciosamente, yo podría decir que soy -en parte- hijo del fútbol.
El equipo de sus amores es/era Millonarios, pues fue su amor de juventud a quien viajaba desde Neiva a Bogotá para ver los partidos, en aquellos tiempos en los que hinchas de Santa Fe, como él cuenta, le ayudaban a subir en medio de la multitud para ubicarse mejor a pesar de tener camiseta azul. De esas idas al Campín, le quedó la opinión de que al Viejo Willy (Ortíz) no se le ha tratado con el honor que se debiera, pues en su opinión él es y ha sido el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos de este país (como sabrán, yo le creo y no tengo cómo discutírselo).
Se imaginarán que su amor por Millonarios, no era nada distinto a una ausencia de amor en casa, pues en Neiva, no existía un equipo profesional en esos tiempos. Bien dicen que quien no tiene el amor en casa, se va a buscarlo a otro lado, y así fue. No me cabe la menor duda que de haber existido el Atlético Huila desde ese tiempo, no habría tenido necesidad de buscar amores foráneos.
Desde que yo recuerdo, mi papá va al estadio Guillermo Plazas Alcid a ver al Atlético (reducción del nombre del equipo, característica de un pueblo con mala fama de ser perezoso). Siempre ha tratado de ubicarse en su lugar preferido en la tribuna (Tribuna Occidental en línea con el arco norte en la penúltima fila. Desde ahí puede apreciar los sistemas, dice él, además de evitar vecinos incómodos), pocas veces no logró ocupar su lugar habitual, pues pocas veces se llenó el estadio. En tiempos de dificultad económica, mi Papá optó por reubicarse en Noroccidental, que era más barata, pero dejar de ir al estadio nunca fue una opción, pues ver fútbol es esa ocupación de los señores donde pueden estar solos con el permiso de sus señoras.
A veces mi Papá nos llevaba a mi hermano y a mi, especialmente cuando el partido era contra América o Nacional, pues mi hermano y yo, no heredamos el amor por los equipos de él, pero sí el amor por el fútbol: mi hermano Nacional y yo América de Cali, igual íbamos todos, con un amigo vecino, que también era hincha del América. Da la casualidad que el Atlético es ese típico equipo que nunca gana nada, pero que es feliz goleando en su patio a los equipos grandes, razón por la cual siempre que íbamos todos a ver a Nacional, América o Millonarios, el equipo de la casa se encargaba de advertirnos una vez más que debíamos hinchar por él, algo que solo ocurriría cuando yo, ya mucho más grande, empecé a acompañar a mi papá al estadio cada 8 días y ya no fue el radio su única compañía. Así, entendí que el amor no tiene nada que ver con camisetas bonitas o con montarse en buses de la victoria, pues siempre está ahí, en la casa, adentro.
Por: Mario A. Suárez Cano (@msuarezcano)
Continúe con: Capítulo 2. El Estadio y nuestros puestos en occidental