Era la primera final del equipo de la casa. Todo el pueblo quería ir al estadio. Éramos el UnderDog -como dicen los gringos-, o sea, contábamos con la fuerza de todos los hinchas del país que no eran hinchas de Nacional. El partido era jodido, lo sabíamos, los paisas tenían más equipo en nombres, trayectoria, sueldos y hasta en futuro, pues en ese Nacional tapaba un niñito que más adelante sería el #1 de la Selección.
Ese día el ambiente era de otro mundo: nervios, estadio lleno, caras nuevas… Todo perfecto, excepto algo: MI PAPÁ NO ESTABA AHÍ, no quiso ir, no fue.
Los que conocemos a mi Papá, sabemos que no le gustan los tumultos y se ufana de evitar las actividades mundanas. Lo cierto es que no fue ese día. La primera final del Atlético Huila era un partido lleno de clasiqueros, cazadores de diversión furtiva.
Supe que todo iba a estar mal unos minutos antes del pitazo inicial. Imagínense esto: estadio lleno (como nunca antes había estado el Plazas Alcid) y yo no estaba con mi Papá, ni tampoco estaba en nuestro lugar, pues con quienes fui no querían hacerse en esa misma tribuna, entones no pude cerciorarme si el Dr. Polo estaba con sus planillas estadísticas, o si el Dr. Osorio, o si “El Hincha” estaban en su asiento. Ese día todo lo hice mal: fui al estadio, con mala compañía, cuando debí quedarme en casa viendo el partido por tevé con mi papá. Era muy joven y estaba viviendo la vida en vivo y en directo (como ahora, como siempre) y no podía darme cuenta de lo que me arrepentiría luego. Ese día, solo, con gente que no sabía de fútbol y que nunca iba al estadio, me hice en la misma tribuna occidental, pero hacia el lado sur, en la parte baja. Era como estar en un estadio ajeno, me sentí visitante. Por eso perdimos, porque nada fue como debería.
Nos fuimos con un gol abajo a Medellín en búsqueda de dar la vuelta, de visitantes, en el siempre difícil -excepto para el Tolima- Atanasio Girardot. Perdimos 2-1. Tres uno quedó el marcador global.
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Capítulo 8. Despedirse de la copa
Sabrán que esta no es una historia de fútbol, menos de un equipo de fondo de tabla con sorpresivo éxito en una temporada, ni de un hincha y su hijo que amaban y animaban al equipo de su pueblo en aquel instante de gloria.
No, esta es la historia de una despedida, aquella que nos estábamos dando mi papá y yo en ese espacio que hicimos nuestro, en el que compartimos, aprendimos y vivimos y perdimos, como en la vida, como en el fútbol. Un mes después de aquella final que nunca debió ocurrir como ocurrió, yo me fui a vivir a otra ciudad, así estaba planeado. Un mes después de aquella final, dejé mi casa, mi amado pueblo, mis viejos y toda mi vida que hasta ese entonces sólo había ocurrido en ese lugar. Me fui a otra ciudad para nunca más poder volver a ese estadio que hoy es imposible visitarlo, está en ruinas, con el equipo en el torneo del descenso, mi papá tampoco nunca volvió.
Afortunadamente, nos queda la memoria, el amor y la vida para recordar.
Para Monoto,
Feliz día del Padre
Junio de 2020
Por: Mario A. Suárez Cano (@msuarezcano)