El Plazas Alcid (hoy en ruinas gracias a la corrupción) era un estadio humilde, con una cancha, muy criticada por los rivales -obvio cuando perdían-, que además de fea, hierve por el calor infernal propio de la ciudad que se convirtió en una ventaja para el local. La tribuna occidental es la única con techo y obvio la más cara y la que nunca se llenaba. Los palcos eran bien particulares, pues eran más incómodos que la tribuna normal y siempre estaban más polvorientos que el resto de la tribuna. Realmente era un estadio feo, siempre pareció como si lo hubieran dejado en obra gris -hasta que se cayó en su supuesta reconstrucción matando a 2 obreros-.
Siempre me ha fascinado de todos los estadios las escaleras que hay para llegar a la tribuna, pues la emoción de ir viendo de a pocos la cancha es única, esto sí lo tenía el Plazas Alcid. Las tribunas estaban separadas de la cancha por un foso, por lo tanto nunca necesitó mallas para distanciar a los desadaptados. El tablero “electrónico” creo haberlo visto funcionar tan solo dos o tres veces, pero siempre hizo parte del decorado patrocinado por Coca Cola. Seguramente vimos infinidad de vallas desfilar por el estadio, pero hubo una que nunca se movió: la de Doble Anís, el aguardiente patrocinador del equipo. Realmente la ubicación de mi papá tenía muchas ventajas:
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- Se veía todo. Era real, incluso hasta se veía hacia afuera del estadio, pues las tribunas norte y sur eran mucho más bajitas que la occidental y la oriental, entonces se alcanzaba a ver a la calle. La cancha se veía completa, y era una posición privilegiada para identificar fueras de lugar.
- No teníamos a nadie cerca excepto al Dr Emilio Polo -profesor de medicina en la Universidad-, que no contento con su sabiduría en múltiples campos del conocimiento, en esa temporada llevó estadísticas de los partidos. Me causaba curiosidad verlo con sus planillas y cuadernos. Después publicaría un libro que llevo un buen tiempo buscando y no he encontrado. También se sentaba cerca el Dr Osorio, que nunca supe cuál era el nombre, pero mi papá le decía así, un abogado quien después se aburrió de litigar y montó una cevichería / pescadería en el parqueadero de Olímpica.
- Veíamos pasar detrás de nosotros en el palco a las “Celebridades” de la ciudad. Uno que otro político pasaba y no faltaba que reconocieran a mi Papá y pararan a saludar. O los periodistas que iban camino a sus cabinas ubicadas en la mitad de la tribuna después del palco norte.
- La ubicación era justo detrás de la banca del equipo visitante. Entonces veíamos de primeros los jugadores del equipo rival, pero no antes de alguien a quien bautizamos el Hincha: un señor gordo que se ubicaba en el primer puesto detrás de la banca y no escatimaba en lanzar toda clase de madrazos e improperios posibles a los rivales. Nos divertíamos escuchando todo lo que decía, ese señor sí que llegaba cargado de cualquier cantidad de cosas negativas al estadio.
- Cuando algún jugador del equipo rival estaba lesionado o sancionado y viajaba hasta Neiva, normalmente se ubicada cerca a nosotros por estar detrás de la banca de su equipo. Siempre era emocionante verlos de cerca, recuerdo que alguna vez vimos el partido junto al Cocho Patiño (Cali).
- Se acercaban sólo los vendedores que sabían que les compraríamos, pues subir 67 escalones en un pueblo históricamente perezoso con un calor infernal para ofrecer sin garantía de compra no era una opción. Así siempre llegaba el del Maní (un hombre grande con un diente de oro que siempre me recordaba a Diomedes, y a medida que se acercaba continuaba ofreciendo su producto con un característico: “maní maní sss sss sss, maní maní sss sss sss); el de las paletas, un chiquito gordito con cara de buena gente, y eventualmente el de los “Dedos de Dinosaurio”: una especie de palo de queso -sin tanto queso y mucho pan-, que por su tamaño adaptaba el ingenioso nombre. Todos al acercarse siempre saludaban con un “Profe, ¿cuánto quedamos hoy?”
Además de los vendedores, también teníamos visitantes frecuentes, pues todos sabían que ahí se ubicaba siempre el Profe. Muy pocas veces se ubicaron hinchas del equipo rival cerca y cuando ocurrió asumieron rápidamente que ese señor que estaba ahí con su hijo era una especie de “Vaca Sagrada” del estadio y del fútbol, pues siempre terminaban preguntando algo. Además, mi papá con su radio -justo en el tiempo antes de los celulares- se hacía dueño de una información que nadie más podía tener.
El estadio tenía un sistema de sonido como de los años 80: viejo pero eficiente, pues a pesar de la emoción de la tribuna gritando, siempre se podía escuchar lo que la voz, muy agradable, anunciaba. Cada ocho días la banda de guerra del batallón salía tocando desde su cuartel, al lado del estadio, hasta la cancha debajo de la tribuna norte para terminar su ubicándose frente a occidental, donde hacían los honores: tocaban el Himno Nacional, luego el Alma del Huila (himno del departamento) y luego el Himno a Neiva. La tribuna de pie, esperaba educadamente a que acabaran de tocar para empezar a alentar.
Por: Mario A. Suárez Cano (@msuarezcano)