“Todos Contra Todos”, esa gran expresión del fútbol que solo tiene sentido en los torneos donde se juegan cuadrangulares u octoganales semifinales. Esta como decisión de los organizadores para meterle más “emoción”. Y sí, especialmente en ligas donde es tan grande la diferencia en cuanto al nivel, lo que haría que un torneo de puntos tuviera campeón en la quinta fecha, siempre el mismo. Gracias a esto, es que el Atlético llega por segunda vez en su historia al cuadrangular semifinal y por primera a la final.
Perdimos el primer partido en casa, en el clásico del Tolima Grande y luego Junior en el Metropolitano también nos peló. La cosa se empezó a componer cuando empatamos en casa 2-2 con el “TodoPoderoso” Nacional, que entre otras cosas tenía a Aristi y a Galván Rey finalizando sus carreras, con mañas y muchos goles. Luego seguimos así: ganando perdiendo y empatando de locales y de visitantes (le metimos tres al DIM en el Atanasio). Nunca logramos subir más del quinto puesto. Igual, para un equipo de media tabla hacia el fondo, llegar de último para pasar a los cuadrangulares finales, ya era motivo de festejo.
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Y así fue, terminamos la penúltima fecha de quintos, con Bucaramanga respirándonos en la nuca. Nuestro último partido del todos contra todos era con Millonarios en el Campín, y el de Bucaramanga con América en el Pacual Guerrero. Perdimos, pero Bucaramanga también, y quedaron un punto por debajo de nosotros.
Por segunda vez en la historia y de manera consecutiva, el “Equipo de Todos”, el de la casa, llegaba a los cuadrangulares semifinales.
Capítulo 6. La semifinal
El cuadrangular semifinal nos tocó jodido: Cúcuta, recién llegado de jugar final de Libertadores; Medellín, que siempre será rival, y Millonarios, que después de décadas volvía a soñar con una estrella, finalizaba el grupillo. En la primera fecha asaltamos El Campín. Luego empatamos con Cúcuta de locales. Después le ganamos a Medellín. La comba empezó a buscar el palo… En la penúltima fecha del cuadrangular apretamos nalga cuando Cúcuta nos metió cuatro en el General Santander y le dejó todo al azar. Ahora era matar o morir vs Millos. El que ganara jugaba la final.
Ese domingo fue especial, había ambiente de fiesta en Neiva y el sol lo sabía: estaba más picante que nunca. Mi Papá ese día fue al estadio con la camiseta azul, vaya error. Cuando llegamos, como pocas veces, el estadio estaba casi lleno: era mitad azul y mitad amarilla. Justo nuestro puesto, estaba en la mitad azul. No logramos el lugar de siempre en la tribuna, nos tocó un poco más abajo con muchos azules alrededor.
El Atlético vistiendo de blanco no nos dio mucho tiempo para planear cómo sería la celebración de un gol en medio del mar en el que estábamos, pues al minuto tres Freddy Montero nos puso a saltar a mi papá y a mí. Sí, leyeron bien, a SALTAR. Él con la azul de Millos y yo con la amarilla. Gol es Gol, y si es del equipo de los amores, se debe celebrar. Estoy seguro que ese día mi papá cayó en cuenta que su amor por el Ballet Azul no era más que una anécdota del pasado, un amor que creyó sería el de toda la vida, un amor de juventud. Ese día mi papá evidenció (una vez más) que su amor estaba ahí, y que siempre estuvo ahí, en casa y a pesar que ese día vistió de blanco, era amarillo y verde.
La tensión de la posibilidad de jugar por primera vez una final se agudizaba mientras pasaban los minutos. Al 75′, luego de un tiro esquina de Marangoni, el de siempre, Marcelo Torres, el otro argento, se elevó y la mandó a guardar.
Dos cero terminó la joda. Fuimos felices, salimos del estadio al son del SanJuanero a todo volumen en un “Picó” improvisado. Felices, con susto de volver a casa en medio de tanto malandro, pero con la alegría de saber que por primera vez el Atlético Huila jugaría una final. Y que estaríamos presentes para ser partícipes de la historia.
Por: Mario A. Suárez Cano (@msuarezcano)