¿El fútbol cabe en una cerveza? Lea y decida.
Yo puedo decir que soy malo jugando fútbol, pero un malo comprometido. Aunque a primera vista parezca bueno, si vieran con quién compito por el puesto de titular en la lateral derecha se darían cuenta lo malo que soy; él es terrible y aun así no le gano.
Pero no siempre he sido malo. Cuando he viajado me han considerado mejor porque no me conocen. En cada viaje llevo los guayos y la pantaloneta para hablar ese lenguaje común que nos conecta. No me han pagado ni una vez por jugar, pero, como Mao Molina, como esos trotamundos, he jugado en varios continentes y en cada uno el fútbol es diferente.
En España, por colombiano, por sudamericano, dijeron este debe ser bueno, hábil, y jugué de wing. Con un equipo de españoles llegamos a la semifinal del torneo de exalumnos de su colegio. Al final nos tomamos una cerveza y uno dijo, yo jugué con otro colombiano cuando estaba de Erasmus en Alemania, y eso es de raza, a los colombianos se les da muy bien. ¿Cómo iba a decirle que en realidad no se nos daba a todos?
En Madrid también jugué en el parque El Retiro con gente de todo el mundo. Negros, blancos, amarillos, rojos, verdes… éramos de todas partes. Gritaban y gritaban colombiano en los dos equipos y no sabía a quién. Al final se acercaron dos morenos y uno dijo ¿ve, sos de Bogotá?, le dije sí. El otro respondió pensamos que eras español. Yo les dije, ¿de Cali, son de Cali?, pensé que eran africanos. Ellos dijeron no, de Cali no, de Tuluá, nos reímos y nos tomamos una cerveza. Al resto les costaba creer que fuéramos del mismo país.
Le puede interesar: Club Deportivo Huracán: 40 años de fútbol en las buenas y en las malas
En Beijing jugué lo más parecido a un mundial en una liga de fútbol cinco. Además de los equipos chinos, que llegaban de a veinte y cambiaban todos los jugadores cada cinco minutos (nunca entendí el chiste de jugar así), estaban los rusos, los árabes, los africanos con cuerpo Didier Drogba y nosotros, los latinos: Latin United F.C.
El único requisito para entrar, ser sudamericano, para quedarse, ser bueno. Yo duré lo suficiente para hacer amigos y jugar en las canchas más surrealistas de FIFA Street, donde edificios de cien pisos rodeaban las gramas sintéticas. En Beijing, que parecía una ciudad del futuro donde lo único que faltaba eran carros voladores, el fútbol era una excusa para hablar español y no sentirse tan lejos al otro lado del mundo. Ganamos la final del torneo, no por mí ni a pesar de mí, había algunos bastante buenos, y, como siempre, celebramos con una cerveza. Cerveza y pinchos asados que es mejor no contar de qué. Fútbol y cerveza…
En Croacia no jugué un partido, pero por cosas de la vida a mí y a mi amigo Benjamín nos prestaron (por obra y gracia de Dios) una casa que daba contra el mar. Croacia en pleno verano, el Mediterráneo en verano. Nosotros, que llevábamos balón, nos pasábamos las tardes en el muelle, y jugábamos a atinarle a una balsa que estaba a unos treinta metros mar adentro. Práctica de tiros libres, diría. Con cada disparo, el mar demoraba veinte minutos en traer el balón, para volver a intentar, y mientras regresaba nos tomábamos una cerveza. Ahora que lo pienso, esos momentos, a las espera del balón en las olas, donde el fútbol era la excusa para algo más, para los amigos, fui feliz.
Sé que pronto, así sea malo, volverá el fútbol, volveré a jugar, volverán esas cervezas, volverán los goles de taquito y de cuarenta metros (que he metido así no crean), y la banca también, y volverá lo realmente importante, que más allá de la pelota, es lo que queda después.
Continúe con: Jirès Kembo Ekoko: el hermano perdido de Mbappé que también usó la 10 de Francia