Hay amores muy grandes, amores eternos. Como el de Léider Preciado y Santa Fe.
Desde pequeño encontró en el fútbol a su primer amor. Santa Fe fue su segundo. Así fuera con naranjas, con sus hermanos jugaba a la pelota en las calles de Tumaco. Jugaba para pasar el tiempo, para no pensar en el hambre. Léider era diferente. Mejor que todos. Sabía qué hacer con la fruta 10 segundos antes de que le llegara. Además, era más rápido que un rayo.
En Bogotá llegó primero a Millos. A los dirigentes de la época les pareció muy caro. ¿Caro? Caro les salió haberlo dejado ir; en Santa Fe lo recibieron con los brazos abiertos y sin que nadie lo sospechara, ese día comenzó una lindo chicflic.
Debutó en el 95 y como todavía era un niño se fue cedido al Cúcuta y luego al CD Cóndor. Reapareció en el 98 y escogió, como no podía ser diferente, a Millonarios para comenzar a hacerse famoso. En un Campín abarrotado, el día del debut de Maturana en el banco de Millos, puso el 1-1 de un partido que terminó 1-2 para Santa Fe. “Léider Léider Léider”, coreó La Guardia y declaró su amor por Calimenio.
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Su primer semestre fue sensacional: 15 goles en 23 partido convencieron al Bolillo Gómez para llevarlo al Mundial. A Francia 98 nos llevamos 6 delanteros ¡6! Una barbaridad. El ‘Tino’, el ‘Tren’, el ‘Pitufo’, Aristizábal, Hamilton Ricard y el pelado Preciado. La gran sorpresa.
La derrota contra Rumania nos dejó fríos. Contra Túnez, en el segundo partido, se nos estaba atragantando el gol, y la eliminación ya rondaba por nuestra cabeza. Entonces, como si fuera El Campin, en el Stade de la Mosson comenzó a escucharse como un rugido el “Léider Léider Léider”. El Bolillo le hizo caso a la hinchada y metió a su comodín. “Calimenio, usted solo haga lo que sabe hacer”, le espetó.
Al 83, cuando ya comenzábamos a ser historia, el Pibe metió un pase de esos. Preciado controló, enganchó, abrió el brazo y la acomodó de zurda. Se detuvo el tiempo. Colombia 1, Túnez 0. El niño fue a celebrar al banderín y su pasito T’untún se hizo eterno.
Ese gol le dio la posibilidad de ir al Racing de Santander. En Santa Fe no dijo “adiós” sino “hasta pronto”. De ahí en adelante, Léider vino y se fue, vino y se fue. Siete veces en total. Pasó por España, Arabia, por el Cali, por el Caldas, por América, estuvo en Ecuador, en el Quindío, en Bucaramanga… estuvo en todas partes, pero Santa Fe siempre fue su campamento base. “La 23 es mía y la tengo prestada… En Santa Fe nací y en Santa Fe me muero”.
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Cuando volvía siempre rendía, y siempre vacunaba a Millonarios. El hincha rojo se acuerda de su lealtad, su sacrificio, su amor por el club, de sus goles y de las 15 veces que gritó contra Millos. De todos esos, hubo uno especial. El 22 de agosto de 2004, en la misma semana en la que su hermano Willington había sido asesinado, Calimenio le cerró el pico a los 5.000 desadaptados que minutos antes le habían cantado un desgarrador “Léider Calimenio, oh oh oh oh / Mataron a tu hermano oh oh oh oh”.
Centro desde la izquierda. El negro se levantó como un monumento, y con la reminiscencias de un entierro nublándole la vista hizo un gol contra la vergüenza, lleno de justicia divina. Con un dedo en la boca y con la mirada, Preciado recorrió Norte. “Él era mi hermano y ustedes, todos, son mis hijos”, habrá pensado.
En 2011, feliz, de rojo, como nació y se fue, con el estadio coreando su nombre, le dijo adiós al fútbol, al profesional. “Cambiaría el gol a Túnez por un título con Santa Fe”, dijo. Y seguro es verdad. El consuelo fue que todo lo que vino después, Léider lo celebró en la tribuna.
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Futbolred / Archivo CEET