Historia de viernes, sabrosita y para sacarle una sonrisa. Conozca a Santiago Formoso, el conductor de Uber que asistió a Pelé y defendió junto a Beckenbauer.
Español, regordete, calvo y nacionalizado gringo. Anda por las calles de New Jersey entregando gente y haciendo ida y vueltas con la misma precisión que un lateral izquierdo. Y es que, aunque suene a otra parla del amigo mentiroso, él lo fue. Santiago Formoso fue un lateral izquierdo de miedo y, además, gozó de la buena vida del fútbol en Estados Unidos. En la NASL (MLS de los años 70) subió al Olimpo del fútbol y compartió con los dioses. Cenó, bebió y fumó con ellos.
Llegó a Nueva York a los quince años, procedente de Galicia. España vivía la dictadura franquista y su familia, gracias a un golpe del azar, tuvo la oportunidad de viajar a Estados Unidos y conseguir fácilmente la residencia gringa. Y, ni que fueran bobos, inmediatamente cruzaron el charco. ‘Santi’, con el balón entre el brazo, se bajó haciendo jueguitos y en menos de dos años cautivó a la Universidad de Pensilvania. Becado y con fuego en su guayo izquierdo se bandeó entre las canchas y las aulas de la Facultad de Artes y Letras. (Le puede interesar: El cantante que jugó en el Real Madrid)
Por esa época, Santiago, delgado, veloz y melenudo, fue un diablo como extremo izquierdo. Se los bailaba a todos y era de lo mejor del circuito universitario. Todo estaba encaminado. Pero la cabeza le jugó una mala pasada. No fueron las drogas, ni las polas. Nada de eso. En su mente la NASL dejó de tener encanto y el fútbol gringo pasó a ser simple soccer amateur para él. Estuvo apunto de colgar los guayos. De retirarse. Hasta que un buen día llegaron Pelé, Eusebio, Carlos Alberto y Beckenbauer a la Liga. ‘»Ahora sí, esto va en serio».
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Entonces, el sueño lo subió otra vez a las nubes. Dejó los estudios y, de la mano de un viejo entrenador, entró en el Connecticut Bicentennials de la NASL. Hizo pretemporada, pasó las pruebas y lo ficharon. Allá jugó 25 partidos y metió su primer gol como profesional. Luego, la vida le dio una vuelta que él, 50 años después, aún no puede creer. Los Bicentennials cambiaron de sede y él decidió salir de ahí. Buscó y buscó clubes y un día, después de un partido del Cosmos, charló con un directivo, le contó su situación y, en menos de nada, firmó con el club. El contrato decía en pocas palabras: «USTED JUGARÁ EN LA DESPEDIDA DE PELÉ».
Al día siguiente llegó treinta minutos antes al camerino. Uno a uno fueron llegando los dioses al entrenamiento. Carlos Alberto, Chinaglia, Beckenbauer, Pelé, Neeskens. ‘Santi’, enmudecido por la pena, no supo qué hacer. «¿Qué hago yo aquí?», se preguntó. Estaba nervioso, nadie le hablaba, le temblaban los pies… Hasta que alguien rompió el hielo: «Hola, Santi. Bienvenido al club», fue el viejo Franz, el Káiser, el primero en saludarlo. De ahí en adelante, su vida se convirtió en jugar y beber néctar con los dioses, mientras que ellos se envejecían sin perder el talento.
En Cosmos estuvo dos años, jugó 43 partidos, marcó cuatro goles y en el 78 se convirtió en el primer español en quedar campeón en Estados Unidos. Antes de irse alcanzó a jugar dos partidos con Johan Cruyff y se ganó varias convocatorias con la selección gringa. Jugó las Eliminatorias del Mundial de Argentina 78 sin éxito y después deambuló por Los Ángeles Aztecs —en donde lo dirigió Rinus Michels—, el Houston Hurricane, el Charlotte Lightin y otros equipos de la NASL.
En el 85, cansado, se retiró en el Greek American AA y volvió a la normalidad. Hoy, ahora sí, gordete y calvo, vive en Nueva Jersey con su esposa, una ex-cheerleader del Cosmos. Maneja un Uber feliz de la vida y cuando le preguntan qué hace en sus tiempos libres, tranquilo, dice que recordar. A ‘Santi’ le encanta recordar.
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Foto: Panenka.org