Todo tiempo pasado fue peor: ¡La Selección Colombia del Chiqui García!

En estos días de técnico interino, dirigentes empapelados por negocios ilegales con boletas e incertidumbre total, nos dio por adentrarnos en la oscuridad: año 2000: cuando  Luis Alberto El Chiqui García fue nuestro mandamás. 

Lo del Chiqui García en la Selección Colombia es casi un mito. No porque se remonte a tiempos inmemoriales de los que no hay  registro y su historia sea una construcción ficcional y oral, sino porque él es quizá uno de los iconos más fehacientes de la Colombia inviable  y surreal que, creemos, hemos ido dejando atrás (al menos en cuanto al fútbol se refiere).

Para entrar en calor con el mito, debemos recordar que el Chiqui llegó al banco de la Selección porque Javier Álvarez –Voldemort– perdió 9-0 en el Pre-Olímpico del 2000. Como Maturana  y el Bolillo ya se habían alternado el puesto antes que Álvarez, ¡Eureka!: El Chiqui, dos veces campeón con Millos, era pura innovación.

El primer reto, a la altura de su figura, fue la muy prestigiosa Copa de Oro. Para divertir a los gringos, García llevó nombres bien pesados: Iván López, Bonner Mosquera, Congo, Roberto Carlos Cortés, Gonzalo Martínez (mentiras, también fueron el Tino, Mayer, Frankie Oviedo y Miguel Calero).

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El exigente torneo –Honduras y Jamaica nos tocaron en el triangular inicial– fue avanzando con júbilo. Nos clasificamos a cuartos a pesar de perder contra Honduras, en cuartos eliminamos a los gringos por penales, después le ganamos la semifinal a Perú y en la final…. Ay Chiqui querido, nos ganó Canadá. 2-0. Canadá. 2-0. Canadá. 2.0.

Igual no importaba, el Chiqui apenas carburaba y ser subcampeón para entonces era para celebrar. Estábamos listos para debutar contra la Brasil de Roberto Carlos, Vampeta y Ronaldinho. Allá íbamos, Corea y Japón. Y el debut no salió mal, no se apresuren; con Bérmudez, Iván Ramiro y Yepes les sacamos el empate. ¡Y no nos hicieron gol!

Después, en La Paz, con la misma defensa y Hamilton –Hamilton ‘El Tronco’ Ricard le decía mi papá– y el Tigre Castillo en dupla adelante, volvimos a empatar. El Chiqui, zorro viejo, no se dejó asfixiar. A Venezuela, la que siempre nos jode, le dimos un paseo. Miren y disfruten (y crean por un ratito que el de García era un equipo aplanador).

En Argentina, de visita, perdimos. 3-1. Contundente. Aunque no nos pudimos quejar, pues esa Argentina de Bielsa hizo mil puntos –al Burrito Ortega no  lo parabas ni  invitándolo al bar–,  el Bati nos clavó dos, Crespo nos liquidó. Nada que hacer. A la Ecuador del Bolillo le empatamos allá, resultado respetable, el equipo iba sobre el riel… ¡Ja!, pero el delirante conductor nos tenía que sorprender.

El delirio comenzó ese día, el del empate contra Ecuador en el Atahualpa. Para sorpresa de todos, el volante mixto titular fue el mágico Luis García. ¿Mágico? ¿Luis García? Sí, Luis García, el hijo del entrenador, un jugador del común. Un árbol, la verdad. Ante los ojos de todos, el hijo anónimo del entrenador jugó con la número 11 de la Selección Colombia. Ahí comenzó la caída en picada…

Foto: Futbolred. Juán Pablo Ángel y Luis, el hijo del Chiqui.

Y Luis Alberto volvió: titular contra Uruguay en Bogotá, titular contra Chile en Santiago. ¿Cómo nos fue? De puta madre: 6 de 6. El hijo pródigo vio de cerca el gol de chilena del Tigre Castillo en el Nacional de Santiago. 160 minutos jugó y vestido de amarillo nunca perdió.

Honestamente no fue culpa del crió (al revés, sus raíces nos dieron suerte), pero tal fue la polémica, tan duro le dieron al padre por rosquero, que incluso su cabeza fría y cínica se quebró. El Chiqui no volvió a llamar a su sangre y después de perder contra Paraguay, Brasil y empatar con Venezuela, la Federación lo limpió. La maldición post Chiqui fue larga. Los tres Mundiales siguientes los vimos por televisión. Hasta que llegó José Néstor. Y sin “rosca” infumable ni manejo de tienda, nos purgó. Todo tiempo pasado fue peor.

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Foto:
DeportesRCN

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