En el 2016, con Nacional y Santa Fe, Colombia clavó su bandera en la cima del Aconcagua. El continente era nuestro. Para el 2017, la Copa estrenaba formato y el país competía con sus equipos más grandes. Fue un completo desastre. ¿Qué nos pasó?
La última edición de Copa Libertadores, en la que ningún equipo colombiano superó la fase de grupos, había sido la del 2009. Ese año, América, Medellín y Chicó salieron eliminados muy temprano. Ocho años después, el escenario se repite. Incluso es peor porque había cinco equipos con argumentos poderosos para hacer una buena Copa Libertadores.
Junior y Millonarios, que se quedaron en primera y segunda ronda de la fase previa de grupos, hicieron esfuerzos económicos importantes. Después del desplante de Cocca al club, la directiva de Millos trajo a un entrenador campeón de Copa. Junior, a pesar de la mala era post-Alexis García, mantuvo una nómina muy competitiva y aguantó lo que humanamente pudo a Giovanni Hernández.
Y los demás, Nacional, Medellin y Santa Fe, los tres mejores clubes en los últimos años, hicieron una Copa lamentable. El campeón quedó de último en su grupo, Medellín perdió inexplicablemente contra Emelec en el Atanasio y Santa Fe, ante su gente, frente a un rival limitadísimo, fue incapaz de estar a la altura del momento.
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Ahora que sabemos que todo el país tendrá que ver la Copa por T.V., es el momento de hacerse preguntas. El ejercicio reflexivo nos conduce solo a dos caminos. El primero sería pensar en motivos estructurales como el calendario, la preparación y el contexto puntual de nuestra liga. El otro es analizar la situación individual de cada equipo; pensar que este escenario escabroso que no se daba desde 2009 es producto de la casualidad y que las eliminaciones se explican desde la parcela deportiva de cada club.
El propósito de este artículo es dar algunas pinceladas del caso individual de cada equipo, para que usted, en casa, pueda sacar conclusiones.
Millonarios
El caso de Millos es el más comprensible. Desde la salida de Hernán Torres, el club ha sido una montaña rusa de caprichos y decisiones extrañas. Con Cocca el equipo logró sostener la propuesta de su entrenador. No era un equipo brillante, pero competía.
El entrenador argentino planificó la pretemporada, levantó su pulgar para ordenar las altas y las bajas. El Millonarios 2017 era su Millonarios… Pero a principio de temporada por unos dólares más, dejó tirado el proyecto. Los directivos tuvieron que hacer acrobacias en pleno 31 de diciembre y trajeron a Russo –campeón de América con Boca—. El argentino llegó a apagar un incendio, no podíamos pedirle magia. Armó como pudo un equipo, sin pretemporada, sin sus jugadores y con un solo un partido de preparación contra River.
Millos cayó contra Atlético Paranaense. Perdió en la ida 1-0, ganó en Bogotá con un gol de Jhon Duque y salió eliminado por penales. Su presentación fue digna.
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Nacional
Lo del campeón de América es tan extraño como difícil de justificar. Es verdad que se fueron el goleador, el eje de la mitad, los extremos y un central; todos jugadores de una estatura futbolística importante y muy difíciles de reemplazar. Es verdad, pero aun así quedó un esqueleto importante. Reinaldo siguió, el arquero y los laterales se quedaron, Henríquez —capitán y soldado de mil batallas— se quedó también. Bernal y Arias son buenos jugadores. Se quedaron Macnelly e Ibargüen, el armador y uno de los jugadores más desequilibrantes del continente.
Además, los refuerzos fueron respetables. Dayro Moreno, Luis Carlos Ruíz, Aldo Leao Ramírez, etc. No contemos a Edwin Valencia, pero, ¿ y los demás? Cualquier equipo quisiera tener a alguna de esas fichas. No nos digamos mentiras, se pudieron haber ido Borja y Guerra, pero la nómina de Nacional es una barbaridad.
¿Que pasó? Entre varias cosas, falló Rueda. El ‘Profe’ tuvo la gallardía y la altura de reconocerlo. Por ejemplo, tardó mucho en darse cuenta que Dayro de extremo no le iba a rendir. Insistió con el 4-2-3-1 hasta el último minuto. No consideró otros escenarios. Le entregó demasiada responsabilidad creativa a Arias y Bernal.
Otros dirán que el equipo sufrió el síndrome de la barriga llena. Eso no lo sabemos, pero tampoco podemos descartarlo. Pedirle a Nacional que repitiera lo del 2016 era irresponsable, pero quedar último del grupo es un escenario que exige profundas reflexiones.
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Medellín
A diferencia de su vecino, el DIM estrenó entrenador en diciembre. Luis Zubeldía llegó con el objetivo de aportarle armadura de campeón a una de las dos mejores plantillas del país.
Pero la Copa no es para poetas y el equipo tuvo muchas grietas. Lo más evidente fue el mal desempeño en el Atanasio. Hizo tres puntos de nueve. “Si en Copa no respetas la casa, olvídate del resto”, diría Carlos Bianchi.
Por otro lado, Zubeldía fue presa del talento de sus jugadores. Como cantos de sirena, el buen pie de Marrugo, Quintero, Viola y Arias provocaron que el argentino descompensara al equipo. Para darle plena libertad a Quintero retrasó demasiado a Marrugo. La salida limpia de balón es parte de la impronta del entrenador, pero en esa búsqueda situó a Marrugo de cinco y el Medellín sufrió demasiado en las transiciones ataque-defensa. La decisión de ubicar a Arias de lateral también lo hizo frágil.
Otro de los pecados del DIM fue la falta de eficacia en la definición. Valentín Viola llegó como el gran refuerzo y hasta hace pocas semanas ha empezado a destaparse. De todos los goles del DIM en Copa, solo dos fueron de un delantero, ambos los hizo Viola. Castro, Caicedo, Nazarit y Hechalar estuvieron en un nivel muy bajo.
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Santa Fe
Lo primero será decir que la Copa no se juega trayendo jugadores como el ‘Trencito’ Valencia, Carlos Henao, Stracqualursi, Buitrago o Johan Arango. No. Santa Fe no trajo al lateral derecho que pide a gritos y terminó jugando con centrales con los que simplemente no se aspira a nada mejor que la liga local.
Lo otro es que Santa Fe nunca tuvo un modelo de juego fijo. Las lesiones de Tesillo y de Gordillo le desencajaron todo a Costas. Primero arrancó con tres centrales, después pasó a una línea de cuatro, a veces usó un armador, otras jugó con dos delanteros… Que a estas alturas no sea posible decir a qué juega Santa Fe explica su tenebroso semestre.
Además hubo individualidades importantes que rindieron a un nivel paupérrimo. El peor semestre de la vida de Omar Pérez, el pésimo desempeño de Roa, el fantasmagórico Kevin Salazar, la decepción que fue Straqcualursi y la intermitencia de Arango explican la falta de juego del equipo.
Dirán que pudo contar con más suerte, que en Bolivia debió ganar y que en Brasil no mereció perder. Pero la Copa se gana en casa; y Santa Fe no fue capaz de ganar en el Campín porque en el fútbol, tarde o temprano, el solo nervio, el solo empuje, termina pasando factura. Que hacer tres pases seguidos sea la excepción y no la regla define a los chicos. Este semestre Santa Fe fue un equipo chico.
Junior
En Barranquilla la gente —y con razón— está quemada con muchos de sus jugadores. El torneo 2016-II fue un desastre. Algún ingenuo pensó que la salida de Alexis Mendoza era la solución, pero el nivel del equipo cayó muchísimo. Llegó Giovanni Hernández. Un mago con la pelota, pero un novato en el banquillo. ¿Qué ocurrió? Los jugadores se lo comieron. El Junior no estaba para experimentos y la directiva trajo a un entrenador para que hiciera escuela en uno de los banquillos más calientes del FPC.
La directiva luego rectificó y contrató a un versado en el FPC: el profesor Alberto Gamero. Respecto a la preparación del nuevo proyecto, todo estuvo planificado con orden, buenos tiempos y coherencia. El entrenador llegó en diciembre y la mayoría de los once refuerzos hicieron toda la pretemporada.
Parte del problema fue la característica de los refuerzos. Ninguno de los once ha tenido roce internacional. Ir a jugar la Copa en Argentina no es para todos. Gamero subestimó la competición. Junior había perdido a su mejor jugador. Vladimir se fue al Santos y el reemplazante fue Aponzá. Las distancias son muy grandes. Y el equipo lo pagó.
Por otro lado, Gamero trajo jugadores de su entraña como Estrada y Pico, pero no eran los nombres para darle el vuelo necesario al Junior. De Millonarios llegaron Estrada, Carrascal y Lewis Ochoa. A priori, nombres ilusionantes. Pero la realidad de los tres en Millonarios era mala. Los tres fueron suplentes casi todo el segundo semestre del 2016.
Por último, fue penoso como Junior defendió el 1-0 de Barranquilla en Argentina. Del minuto 20 al 29 el equipo recibió tres goles. En Copa se juega con el cuchillo entre los dientes. Recibir tres goles en nueve minutos es no querer jugarla. Desde hace muchos meses los jugadores del Junior perdieron el hambre de competir. En Barranquilla lo saben bien.
Foto: nuestrosdeportes.com