La máxima del fútbol dice que el todo es mayor que la suma de las partes. Cierto. Pero hay noches, pocas, en las que un jugador vale por once.
Cristiano-Ibrahimovic: uno de los dos iba a mirar el mundial por TV.
En noviembre del 2013 estaban definidos los participantes del mundial, solo faltaba la repesca de la zona europea. Portugal y Suecia habían quedado de segundos en sus grupos y el sorteo los enfrentó.
Como Atlas, el dios griego, Cristiano y Zlatan llevaban años sosteniendo sobre sus hombros a sus selecciones. Las opciones de sus países pasaban por ellos. La responsabilidad era demasiada. En el partido de ida ganó Portugal 1-0 con gol de Cristiano de cabeza a los 81 minutos después de un juego cerrado. En la vuelta vivimos un segundo tiempo frenético. Para la historia.
Eran los días en que Cristiano aún conservaba su sexta velocidad. Atacar con defensa adelantada eran tentar al diablo. Y así fue. Al min 49 Cristiano hizo una diagonal entre los centrales, controló y con tres zancadas se puso delante del portero. 0-1 para Portugal y 0-2 en el global.
Pero en tres minutos fatales, del 68 al 71, apareció el otro gigante y puso a sudar bacalao a los portugueses. Primero con un cabezazo en un tiro de esquina en el que se elevó sobre Pepe y Bruno Alves y luego con un bombazo de tiro libre desde la media luna. 2-2.
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Cinco minutos después, Suecia atacaba y Portugal defendía replegada con once. Pero esa noche no había manera de detener a Cristiano. Tras un robo de pelota en el primer cuarto, Veloso vio como le pasó un rayo por izquierda y con una media vuelta forzada habilitó al 7. Control con el muslo y empeine de sobrepique con la izquierda. 3-2, faltaban catorce y Portugal era mundialista.
Pero faltaba la puntilla. Dos minutos después, un Cristiano con turbo tiró una diagonal de afuera hacia adentro, amagó con rematar para eludir al portero y disparó con derecha. Un fenómeno. Ronaldo en modo Superman.
Kaká destroza al Man U
Se cumplirán en diciembre diez años desde último Balón de Oro terrenal. Eran los días en que Kaká tenía la conducción de Riquelme pero a la velocidad de Bale. Era también el Milan de Nesta, Pirlo y Seedorf, pero ‘Riqui’ era el corazón de ese equipo. Era el mejor momento de su carrera.
Cuartos de final de la Champions 06/07. El Milan tenía una durísima prueba: el Man U de Ferguson, de Rooney y de Cristiano. Pero para entonces Kaká podía con toda la Premier al tiempo. En la ida el Milan perdió 3-2, pero los dos goles que hizo el 22 fueron fundamentales para la clasificación. Al minuto 22, justamente, Seedorf encontró a Kaká entre los volantes y los centrales con un pase al pie. Al mediapunta le bastaron un control orientado y dos zancadas para sacarle dos metros a Heinze y rematarle cruzado a Van der Sar.
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El Man U atacaba pero en cada contragolpe sufría con la conducción al galope de Kaká. Ferguson jugaba con fuego y se quemó. Al 37 Kaká anotó el gol más lindo de esa Champions. Pelotazo al área; era Kaká contra el mundo. Primero llegó Fletcher y Ricardo lo cuerpeó para sacarlo de la jugada; después vino Heinze y con un sombrero lo hizo pasar de largo. El balón picó y antes de que Evra y Heinze pudieran cortarlo, Kaká les hizo un ocho con la cabeza y los dos defensores terminaron estrellándose como bultos. El crack quedó mano a mano y definió tranquilamente. Una pintura que quedará para siempre colgada en Old Trafford.
En la vuelta en San Siro Kaká también estuvo gigante. Metió el primero desde afuera del área y comandó las contras de su equipo. El Milan ganó la serie 5-2 de la mano de un extraterrestre.
La noche en que Falcao enamoró al Monumental
En los octavos de final de la Copa Sudamericana 2007 había un duelo especial entre dos grandes del continente: River Plate vs Botafogo. Era un River que vivía disminuido y triturado por la década dorada de la historia de Boca. Ganar la Sudamericana era un premio muy gordo.
El partido de ida lo ganaron 1-0 los brasileros. En la vuelta en el Monumental, al minuto 12 Botafogo dio un golpe casi definitivo. 0-2 en la serie. El estadio era una caldera que quería quemar vivos a sus jugadores. Era un festival de puteadas, pero River tenía un equipazo: Belluschi, Ferrari, el ‘Burrito’ Ortega y Radamel. A los 31 Ferrari le metió un buen centro a Falcao que para entonces ya mostraba que cabeceaba hasta las balas. Gran gol y 1-2. A los cuatro minutos expulsaron a Zé Roberto. Restaba una hora y la gente empezaba a creer.
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A los 13 del segundo tiempo expulsaron a Federico Lussenhoff por doble amarilla. Los dos jugaban con diez. Nueve minutos después, en una contra, Dodó definió en la cara de Carrizo y puso la serie 3-1. Cinco minutos después Ahumada pegó una patada por impotencia y le sacaron roja. River jugaba con nueve, tenía que hacer tres goles y quedaban 17 minutos. La probabilidad era una en diez millones. Estaban fritos.
Pero el ‘Tigre’ tenía la piel más gruesa que nunca. Era el único de todo el estadio que todavía creía. Al minuto de sacar del centró, Radamel disparó desde lejos, el tiro salió mordido y muy débil pero se le escapó al arquero Max. Luego, al 79, Andres Ríos cazó de primera un centro dificilísimo y la puso pegada al primer palo. Explotó el Monumental. La serie iba 3-3 pero clasificaba Botafogo por sus goles de visitante.
Después de tantos goles, amarillas, rojas y discusiones, inexplicablemente, el juez solo repuso tres minutos. Era el fin. Corría el minuto 91 con 45 segundos y el ‘Burrito’ conducía a 20 metros del área, lejos. Con lo último levantó la cabeza y la acarició como siempre lo hizo; el balón cayó en el área atiborrada de jugadores. Entre el confuso mar de franjas negras y rojas se levantó Falcao y clavó un cabezazo cuyo grito todavía retumba en el Monumental. River pasó a cuartos y Falcao a la historia del club.
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Foto: as.com