De mágico enlace en el fútbol universitario a intenso volante de marca del mejor Millonarios de los últimos años. Esta es la historia desconocida de Jhon Duque.
Era enero del 2012. La primera semana de otro largo semestre en la Universidad de los Andes. En el horizonte de sus infinitas escaleras veía un semestre de más libros y menos fútbol. Seis meses atrás, recién salía de una lesión de ligamento cruzado y fui rechazado en las pruebas para entrar a la Selección. Entrar al equipo no era sencillo. O se tenía amigos en el equipo que le mojaran la oreja al entrenador o había que sobresalir en las pruebas que se hacían en el primer entrenamiento de cada semestre. Había perdido la fe en mi fútbol. Pensaba que lo mejor que tenía se había ido con la operación de rodilla, pero un amigo me animó a probarme otra vez.
El entrenador de entonces, Fidel Castro, prefería mantener su bloque de confianza y cada semestre abría convocatoria para meter dos, máximo tres jugadores que reemplazaran a los que se habían graduado. El proceso era un desastre. Subían a aquella cancha acabada y sin luz aproximadamente 120 aspirantes de todos los niveles. El reto era, en 15 minutos, mostrar ‘algo’ en una selva de camisetas, petos, patadas, jugadores malos, buenos, egoístas, vendedores de humo y rodillones.
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La suerte contaba mucho. La mitad de las opciones pasaba por la calidad de los compañeros con los que a uno le tocara en el equipo. Muchos buenos jugadores se fueron sin ser vistos, porque el azar los dejó con ‘carrolocos’ o delanteros facheros que no la soltaban.
Aquella vez, en mi segundo intento de entrar al equipo, la fortuna me tiró un centro: un estudiante de 19 años de ingeniería industrial, callado y de bajo perfil, jugó a mi lado en el último partido de la prueba. Era de esos jugadores que solo con verles el parado se sabe que juegan muy bien. El fútbol se ve y se huele. El que lo tiene lo tiene.
Era un 11 contra 11. El estudiante de ingeniería y yo éramos volantes en el mismo equipo. A él solo le bastaron dos jugadas para iluminar la cancha y dejar claro el ‘mostro’ que era. No había dudas. Era distinto. Mi suerte fue que en uno de los ataques de nuestro equipo, entre él y yo armamos una jugada de tres o cuatro paredes. ¡Tic, tac! ¡Tic, tac! A un toque desde la mitad hasta la portería. Es muy probable que haya sido lo único bueno que hice ese día, pero me alcanzó para entrar al equipo.
En el minuto 2:49 lo puede ver a mano sentado, callado, con la humildad de siempre…
Nunca olvidaré esa jugada. Me permitió jugar tres años en el equipo de la universidad y además la hice junto a una gran persona, que hoy es el eje del mejor Millonarios de los últimos años: Jhon Fredy Duque, el ojito derecho de Russo.
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En solo unos meses Duque se ha ganado el cariño de los hinchas que otros jugadores no consiguieron en años. Todos disfrutan de un volante incansable, de ida y vuelta y asfixiante. Pero poco conocen del artista que hay detrás del obrero. Al menos en los Andes, Jhon era otro. En los entrenamientos y torneos universitarios, contra la Nacional y la Javeriana, era un enlace mágico. No había cómo quitársela. Muy técnico. Tenía la pisadita burlona de Riquelme, gambeteaba en una baldosa y tenía el arranque potente que le vemos cada semana.
Si en el fútbol profesional sobresale, imaginen las cosas que hacía a nivel universitario. Era muy superior. Iba en patines. Flotaba. Lo más llamativo era que solo hablaba en la cancha. El balón era su micrófono. Afuera era humilde, callado, buen compañero. No se creía más que nosotros. Era lindo tener un arma de ese nivel de nuestro lado, pero una pesada frustración para los que también jugábamos de volantes ofensivos. Sabíamos que hiciéramos lo que hiciéramos, a ‘Jhonfre’ no le sacabas el puesto.
Disfrutábamos de entrenar y jugar con él. Nos salvó las papas en varios partidos. Se ponía la capa cuando se venía la noche. Nos parecía extraño que estuviera estudiando. Estábamos convencidos de que tenía nivel para ser profesional. Contaba que lo habían engañado con un contrato hace unos años, y al hablar con él del tema parecía resignado a no vivir del fútbol. Me parecía inaudito que semejante jugador se refundiera en un fútbol de nuestro nivel.
Jugó dos años en el equipo de la universidad y después las cosas se terminaron cayendo por su propio peso. Aplazó semestre para ir a probar a Europa y cuando volvió se labró el camino: Equidad, Fortaleza, Millonarios y derechito a la final del FPC. La historia de Duque es atípica. Debutó tarde, pero se abrió un hueco muy rápido.
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Cuatro años después, disfruto mucho viéndolo en Millonarios. Pero cada vez que interviene en ataque me quedo esperando alguna de las pinceladas que le vi en los Andes. Aunque sé que es el pulmón de Russo en la mitad y es fundamental en la marca del equipo, los que jugamos con él sabemos que se ha reservado muchos trucos. Con experiencia en primera, poco a poco, se irá despertando el artista.