Hasta el partido de Superliga contra Millonarios muy pocos sabían quién era Jorman Campuzano. Su historia es para ponerse a llorar.
Imagínese a cualquier niño en la Colombia rural. En cualquier municipio recóndito. Un caserío cualquiera. Palestina, por allá en el municipio de Tamalameque, por decir algo. Cualquier niño al que le gusta el fútbol. Juega en el equipo de su colegio y es bueno, él lo sabe, todos lo saben. Tiene 15 años y quiere jugar, pero no en el colegio, ni en la calle, quiere ser profesional. Está lejos de conseguirlo: Colombia es grande y las oportunidades son pocas, más si uno nació por allá en el municipio de Tamalameque.
Cualquier día, en la televisión, el niño ve a un señor. Sabe que es famoso porque ha oído su nombre, Willington Ortiz, que al finalizar deja un número de teléfono. Los interesados pueden ir a probarse a su escuelita. Y como si se tratara de ir al Real Madrid, el niño cualquiera, Jorman, para darle un nombre, Campuzano, para darle un apellido, empaca maletas y se va a probar suerte a Bogotá. En donde luego trabajará en un asadero de pollos para poder mantenerse.
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La suerte no llega rápido, a veces ni existe. El señor famoso le dice que no, que él solo trabaja con niños chiquitos, pero que vaya a otra escuela. No es un equipo profesional, es una de las muchas escuelas, rebosadas de soñadores, que juegan la Liga de Bogotá. Para Jorman, o como se llame, eso es suficiente. Él sabe lo que quiere y de lo que es capaz.
Rápidamente las cosas van a su lugar. De jugar Liga con una escuela de nombre curioso, ‘Churta Millos’, derecho a las divisiones menores de La Equidad. Más cerca, pero igual lejos. Luego, lo de siempre. La promesa del viaje a Argentina, un descalabro económico para la familia y… como pasa siempre: “Banfield lo quiere, pero hay problemas con los papeles”. Hasta ahí suele llegar el sueño.
Pero tal vez Jorman no es cualquiera. Directamente desde Argentina le entra una llamada a Hernán Lisi, nuevo técnico del Deportivo Pereira. “Por acá hay un pibe fenómeno, eh, te juega todo, de central, de lateral, de ocho, de cinco, hasta de nueve te juega el pibe”. “Decile que acá lo esperamos. Y Gracias, eh”.
Y allá se presenta. Lo miran con recelo, como es normal en el fútbol. La prueba es con el equipo Sub-20. Queda. Un par de meses después, el niño, ya hombre curtido por lo que exige el fútbol, es profesional. Pero no es suficiente. Hay muchas maneras de ser profesional. Él quiere más. (Jorman jugó con el ‘Cucho’ Hernández en el Pereira)
Va por más. Dos años después es figura, capitán y referente del mejor equipo del ascenso. No llega a primera porque la B es una canallada, pero su nombre se hace popular entre los clubes grandes. Seis años después de haber visto al viejo Willington promocionar su escuela en televisión nacional, con 21 años, alguien en Nacional pone su nombre sobre la mesa. En su natal Palestina se desata una caravana de carros y pitos que inunda el caserío, en un billar algún vecino medio borracho organiza un torneo que lleva su nombre.
31 de enero de 2018. Millonarios vs Nacional. Final de la Superliga Aguila. El estadio todo azul. La expectativa rebosa el escenario. Nacional estrena entrenador. Un argentino serio que viene de perder una final de Libertadores y que para reforzar a su nuevo equipo trajo a varios jugadores de renombre.
El relator lee las alineaciones y se sorprende. Se muerde el labio para que no se le note. Vuelve a revisar y repasa el número. “14, Jorman Campuzano”, pronuncia dudoso con miedo a estarse equivocando. No sabe, no tiene ni idea, que detrás de las estrellas argentinas que llenaron la tapa de los diarios, en silencio, se coló un pelado de 21 años “que dizque la rompía en la B”. Ahora lo sabe, pero no cree que el pelado sea titular.
El partido es pésimo. Un bostezo. Lo único interesante es oír al argentino serio, en rueda prensa, deshacerse en elogios y reconocer como el mejor jugador del partido al niño cualquiera, al de Palestina, por allá en el municipio de Tamalameque, que un día se envalentonó y llamó a Willington Ortiz.
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El Tiempo