Costas nos cambió la vida

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Para muchos, en los que me incluyo, el juego de Gustavo Costas no es el ideal. Sin embargo, le debemos mucho. Es más, le cambió la vida al club. 

 

Creo que hoy no merece la pena hablar de táctica. O mejor dicho, hoy la táctica me importa un carajo. No me nace hablar ni de los vacíos de juego de Santa Fe, ni del dolor de riñones que fue este semestre. No. Me basta con decir lo obvio: que estos seis meses que pasaron fueron para Santa Fe un fiasco, un fracaso redondo, seis meses del peor fútbol que le he visto en años. ¿Algo más? Sí, que Gustavo Costas fue incapaz de darle la vuelta al asunto, y que así como su carrera es una colección de éxitos, esta vez fracasó. Punto.

 

Y como fracasó, porque así es el fútbol, ha tenido que dejar su cargo. Y como fracasó, porque así es el fútbol, hinchas, directivos y jugadores deben mirar para el frente y olvidarse de lo que ya pasó, de lo que ya fue, de lo que hubiera podido ser. Santa Fe debe removerse, revitalizarse y casi que volver a empezar. Con los jugadores actuales no es un equipo competitivo. Hay miedos y dudas y la palabra crisis, como un fantasma, se pasea por el club, por la mente de los jugadores, se cuela en el sueño de los hinchas.

 

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Si esto hubiera pasado hace unos año atrás la hecatombe sería real, no habría de donde agarrarse, el optimismo se tomaría como ingenuidad y después se haría burla… sí, burla, si esto hubiera pasado hace unos años todos podrían burlarse de nosotros.

 

Pero pasa que no. Que eso ya no es posible. Que Santa Fe mete miedo. Se acostumbró a ganar y ya nadie quiere enfrentarlo. Pasa que después de la séptima estrella milagrosa de Wilson, a Pastrana le dio por traer a un tal Costas, que dizque era adicto a ganar… y entonces nos cambió la vida. Gustavo Costas nos cambió la vida.

 

Nos cambió la vida porque con él el genoma santafereño terminó de transformarse: con Costas mandamos al carajo esa maldita identidad de club perdedor al que siempre le faltaba algo. Dejaron de estar los ”casis”, los “merecimos mejor suerte”, “el fútbol es así”, “Dios no es Santafereño”. Gustavo despidió a las excusas y  trajo a Bogotá, como un virus, su bendita adicción a ganar, ganar y ganar. Su obsesión por competir. Con él, empecemos a dar las gracias, Santa Fe hizo regla sumar de a tres (de local y visitante), y la palabra campeón, antaño una maldición, un embruje, pasó a ser una realidad y una obsesión. Como debe ser en Santa Fe.

 

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En su primer año, después de la partida triste de Wilson, cuando aún no nos creíamos el cuento y para muchos la séptima estrella se convertiría en una excepción, en felicidad efímera que tardaría muchos años en repetirse (acaso treinta años más), Gustavo nos sacó campeones de Liga saliendo primero en el todos contra todos. Además, en Copa Colombia, hasta la final, completó la mejor campaña en la historia de la competición.

 

Ahora parece lejano, olvidado, pero es responsabilidad del hincha recordar con gratitud que ese equipo, con Roa, Arias y Torres como tres leones hambrientos en la mitad, con Morelo y Cuero como dos puñales, con Omar Pérez en su versión todopoderosa y un Seijas entregado en cuerpo y alma nos hizo creernos capaces de todo. Es responsabilidad del hincha rojo, cada tanto, solo o acompañado, tomarse una cerveza volviendo a ver el partido en el que Santa Fe, imperial, por Fox y ante la mirada de todo el continente, se burló de Colo-Colo en Chile y le ganó 3-0.

 

 

De esto no nos olvidamos más. 

 

No se puede dejar pasar que el año pasado, después de que Nacional nos eliminó de Copa Colombia con un baño 4-0, con solo la Liga por jugar, con la confianza rota, cuando todo eran caras largas y Pastrana confirmaba la crisis, Gustavo lo tranquilizó: “Tranquilo, presi, vamos a salir campeones”, con la confianza de haber hecho de Santa Fe un club grande.

 

No podemos dejar pasar, en fin, que esa confianza la hemos hecho nuestra. Que hoy los fracasos no nos dan miedo y que, de verdad, sabemos que todo volverá a estar bien. Todo esto gracias, en buena parte, a que un argentino bonachón que hizo de Santa Fe su casa y que al despedirse dijo querer abrazar a cada uno de sus hinchas, nos enseñó a ganar. A ganar y a ganar y a ganar. Nos cambió la vida. Es un hasta pronto, Gustavo.

 

 

Termine con: No diga Santa Fe, diga Cesar Pastrana. 

 

Foto:

El Espectador.


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