No hablemos de lo tedioso que ha sido el proceso de elección del nuevo técnico de Colombia; no hablemos de la torpeza de las directivas de la Federación, de las malas intenciones de la prensa, de la ingenuidad de la gente. Tampoco hablemos más de Pékerman, que si debieron aguantarlo, que si se le dio un mal manejo a su salida, que si el que viene es mejor o peor que él, quesi, quesi, quesi. Nada. Lo picha’o, pisa’o (como debe decirse por ahí). El caso es que esta telenovela, una de las más largas y rentables en términos de audiencia, está por llegar a su esperado final.
Y así como el gran final está cerca, no vale la pena seguir dándole vueltas a temas como el de Arturo Reyes. El técnico de mientrastanto que en cuestión de días pasó de ser un fulano a convertirse en uno de los grandes candidatos al banquillo de la Selección; el Don Nadie que, con apenas unos días de trabajo, supo poner la casa en orden y nos hizo recordar ese fútbol alegre y vistoso que nos puso en el mapa. No, pa’ qué. No le botemos corriente a eso. El bueno de Arturo seguirá donde estaba antes del comienzo de este melodrama. Y si lo que dicen desde la Federación es cierto (cosa que está por verse), la idea es que trabaje de la mano del recién llegado.
Porque sí, parece que ahora sí hay un recién llegado. Todo indica que tiene más reversa un estornudo que la llegada de Carlos Queiroz. Claro, en el transcurso de estos meses, como pasa siempre en las telenovelas, fueron varios los que estuvieron «a un pasito de firmar».
Pero no, no vale la pena gastarle tinta a semejante bombardeo de humo: Dunga, Martino, Bobby Martínez, Scolari… la lista es larga. Este último, además, fue protagonista de uno de los episodios más patéticos de este melodrama. Felipao dijo que sí, que lo habían buscado de la Federación, que le habían ofrecido muchísima plata, pero que él era feliz donde estaba, que no era un tema de billete, que «gracias, pero no».
Y la Federación, en un arranque de soberbia, víctima de quién sabe qué delirio de grandeza («este hijuemadre quién se cree para dejarnos plantados en público»), salió a desmentirlo. Ridículo. Vía Twitter, dando una explicación que nadie les había pedido, salieron a decir que ellos nunca habían contactado al señor Scolari. Mejor dicho: “al cabo que ni queríamos”, como si fuéramos niños inmaduros que se ven en aprietos cuando no los dejan jugar. Un papelón.
Y eso sí, ni hablar del culebrón que la prensa ha montado con Reinaldo Rueda y Juan Carlos Osorio, los dos técnicos colombianos que tenían más chances de dirigir a la Selección. Cansados de esperar, aburridos de la indecisión de la Federación, hicieron las maletas y aceptaron las ofertas que les hicieron en Chile y Paraguay. Pero, en lugar de dejarlos, no han hecho sino joderles la vida. Semana a semana siguen saliendo notas de prensa en las que se especula con la renuncia de Rueda o de Osorio y se habla de su “inminente llegada a la Selección Colombia”. No, no, no. Qué joda, qué telenovela tan larga.
Podríamos cantar victoria, pues el desenlace, como dijimos, parece estar de un cacho. Pero no, maldita sea, ya viene insinuada la segunda temporada de este melodrama infame. Espérense nomás a que llegue el señor Queiroz. En cuestión de días, ya la prensa va a empezar a cacarear porque la Copa América es prácticamente pasado mañana y Queiroz ni siquiera se ha instalado en la oficina. Después de llenarse la boca con la hoja de vida del nuevo técnico –segundo de Ferguson, entrenador de Cristiano y Figo y Deco, zorro viejo con experiencia en Mundiales, etcétera–, ahí sí van a empezar las preocupaciones y las dudas; el comienzo del drama. La primera: “ay, este señor no conoce bien el fútbol suramericano”.
Y es verdad. Queiroz no sabe lo que es quedarse sin pulmones en La Paz, no debe tener idea de lo angustioso que es jugarse las papas en Montevideo y seguramente tampoco conoce la fórmula para que Colombia gane en Venezuela por primera vez en más de 20 años. El material está ahí; estamos condenados a vivir de telenovela en telenovela. Maldita sea.
O no, quizás no. ¿Qué tal si nos quedamos callados? ¿Qué tal si esta vez, por lo menos esta vez, dejamos de hablar tanta basura y lo dejamos trabajar? ¿Será mucho pedir?