Soy malísimo para los nombres propios y tengo muy mala memoria. Además del fútbol, mi deporte favorito es exagerar y equivocarme en las predicciones.
Como es viernes quisimos acordarnos de Paul Gascoigne, el borracho genial que marcó los 90’s en Inglaterra.
Nació en un suburbio de Newcastle, hijo de un padre ausente y de una infancia feroz. De vinculos familiares rotos y un amor desbocado por los helados, las discotecas, la cerveza y el el vino. De contextura gruesa, propensión al sobrepeso, y una facilidad para burlar a los rivales al mejor estilo del mejor Wayne Rooney: potencia y potrero.
Cobrador de tiros libres a lo David Beckham. Racista, bully y rockstar. Patabrava también. Pieza ángular de la Inglaterra tercera del mundo que perdió la semifinal contra Alemania –gracias a los malditos penales– en Italia 90. Jugador de culto de la Lazio, del Tottenham y del Glasgow Rangers. Una vez le respondió a un periodista con un eructo. Otra vez le puso tarjeta amarilla a un juez. Le gustaba dárselas del presentador de televisión, hacer chistes malos y grabarse con animales peligrosos.
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Retirado, entregado al alcohol, la Selección Inglesa le pagó una desintoxicación fallida de 50.000 euros. Después de una juerga salida de madre, le tocó ver a un amigo íntimo morir en un accidente de tránsito. Jugando en Italia lloró de alegría porque gracias a él la Lazio le ganó un clásico improbable a la entonces poderosísima AS Roma. En la Eurocopa del 96, en Inglaterra, fue la ostia adentro y afuera de la cancha. Como le daban ataques de pánico y ansiedad, una vez, jugando para el Glasgow Rangers y después de jugar un primer tiempo para el olvido, en el entretiempo se hidrató con güisqui y en el segundo tiempo la rompió. Ya es viernes. Pórtense mal, Paul Gascoigne.
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