Soy malísimo para los nombres propios y tengo muy mala memoria. Además del fútbol, mi deporte favorito es exagerar y equivocarme en las predicciones.
El infierno empezó en septiembre del 73 cuando la Dictadura Militar se tomó el poder y Salvador Allende se voló la cabeza de un tiro. Lo que vino después fue nauseabundo, como pasa siempre en las dictaduras. El Estadio Nacional de Santiago, por ejemplo, se convirtió en un centro oficial de detención y tortura. Los partidarios de la Unidad Popular, el partido de Allende, dormían presos bajo las gradas, se bañaban una vez por semana con agua helada, y respondían a interrogatorios llenos de electricidad y muerte. El estadio más importante del país hecho campo de concentración: ¿hasta dónde llegan los delirios del poder?
Carlos Caszely fue un emblemático goleador del Colo-Colo –para muchos el mejor jugador en la historia del fútbol chileno–. Cuando la Dictadura tomó el poder, se fue a jugar a España, en donde lo recuerdan como el gran mago del Levante (alguna vez lo quiso el Barcelona).
En el 74, con Pinochet estrenando su maquinaria del horror, con él como estandarte, Chile se clasificó al Mundial de Alemania. Pinochet, actor delirante, fue a despedir a “su” Selección al aeropuerto. Uno por uno… menos Caszely, el mejor, al que no le dio el cuerpo para apretarle la mano.
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Al volver del campeonato, el goleador encontró la casa de sus padres sombría y fría, como nunca antes. Su desplante al Dictador hizo que a su mamá la torturaran con sevicia. Le tocó ver las cicatrices en su vientre.
Y sin embargo, optó por la cordura. Por la no violencia. Por no igualarse con los enfermos del poder. Y así aguantó, aferrado a su espíritu pacífico, hasta que –junto a su madre– fue una de las figuras claves para que en el Plebiscito de 1988 ganara el No. No más Dictadura. No más Pinochet.
Llegó el fin de semana. Profesen la no violencia, como Carlitos Caszely.
Termine con: Recordando a Miguel “El Chino” Caneo
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