Hoy quisimos recodar al ’10’ argentino que comandó al Boyaca Chicó del 2008 a la gloria. Disfrute su historia.
Su vida es algo así como la versión 2.0 de Omar Pérez. Arrancó en el mismo equipo del calvo, brilló poco en su tierra y luego una lesión de rodilla amenazó con jubilarlo del fútbol. Y cuando las esperanzas ya estaban por el suelo, un equipo de medio pelo colombiano lo adoptó y lo hizo rey de nuevo. Para Omar ese equipo fue el Real Cartagena, para Caneo fue el Boyacá Chicó de Pimentel. De ajedrezado y con la hinchada de las ruanas coreando su nombre fue plenamente feliz.
La historia del ‘Chino’ empezó en las inferiores de Boca. Se crió en las duras canchas del Campeonato Juvenil Argentino y con la ’10’ en la espalda se ganó la oportunidad de jugar en Primera en el 2003. En la profeta lo dirigió Carlos Bianchi y compartió duchas con Fabián Vargas, Amaranto, el ‘Pato’ Abbondanzieri y demás mostros. Debutó el 23 de febrero en una noche de Copa Libertadores en La Bombonera. Boca se preparaba para repartirse pata con el fabuloso DIM de David Montoya y de ‘Mao’ y Bianchi, para meterle picante al cotejo, lo puso al pelado de titular. La rompió. Callado pero aplicado se fue incrustando en ciertos corazones de La Doce.
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Aunque el pelao brillaba, su entrenador sabía que aún no le daba para ser el enganche titular. Así que jugaba a cuenta gotas. Sin embargo, en la Copa Libertadores, contrario a lo que pasaba en la Liga, fue titular en los tres primeros partidos. En el último, se rompió la rodilla y estuvo fuera de las canchas por casi medio año.
Cuando volvió, la cosa estaba más difícil que antes. Bianchi ya había encontrado al equipo que quedaría campeón en esa Libertadores del 2003. Dirán que en las noches duras no estuvo, pero merecido o no, se ganó la medallita. Ese mismo año viajó a Japón con la delegación de Boca que le ganó al Milán la Copa Intercontinental (obvio, no jugó).
A mediados de año salió de Boca jodido por las lesiones y opacado por los toros bravos que tenía por delante. En total jugó 33 partidos y metió dos goles. Siguiente parada: Quilmes. En los suburbios de la capital, pintado de blanco y lejos de la presión de La Boca, tuvo mejores números y dejó lindos recuerdos. Estuvo dos años, fue titular 64 veces y gritó 16 pepinos. A la historia del club -preso de la B en la actualidad- le dejó un gol sobre la hora para el empate 2-2 con Sao Paulo que lo dejó vivo en la ‘Liberta’. Siempre salvador.
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En el verano del 2006 pasó sin pena ni gloria por el Colo Colo para luego recaer en Godoy Cruz, sin tener ni idea de lo que le esperaba. Los primeros días todo marchó bien. La gente coreaba su nombre porque sabían que era un mago y él les respondía con fúbol. Todo bien. Todo color de rosas… hasta que una lesión volvió a tocar a su puerta. La rodilla, floja desde aquella vez con Boca, se le rompió en mil pedazos y casi lo jubila de las canchas. Los médicos le dijeron que pailas, que nada se podía hacer. Las directivas del Colo Colo le hicieron el feo y la pelotica, esa que llevaba atada, por primera vez en sus 23 años se le empezó a alejar.
La vaina estuvo dura. Mientras se le cerraban las puertas en la cara, los médicos le seguían diciendo que paila. Pensó en el retiro… pero una llamada de larga distancia, cliché cinematográfico, lo rescató. En Boyacá Chicó lo quisieron como el cerebro capaz de mantenerlos en la A. Acá vino a parar sin tener idea las delicias del destino: ¡Lo hizo campeón!
De la mano de una camada de pelaos, Yanes, Marco Pérez y Wason; de unos viejos zorros, Pachequito, el mexicano García y Nestor ‘Palmira’ Salazar’; y del Gamero más sonero de la historia, el Boyacá Chicó jugó el mejor fútbol que se ha visto en Tunja. Caneo fue el comandante de la banda y la atracción que llenó las gradas del Estadio de La Independencia. Fue la estrella del semestre, el mejor extranjero del Torneo Apertura y el goleador. Así, con la rodilla remendada, literalmente se devoró al FPC. Nadie pudo con él. Terminó el torneo con 14 pepos: 9 en el todos contra todos; un triplete en la última fecha de los cuadrangulares que metió al Chicó en la final; y uno en el partido por la estrella contra el América.
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Y lo más loco de todo: amó al Chicó con pasión. En la Copa Libertadores del siguiente año lo defendió a muerte y al final se fue para ascender a Quilmes a Primera. Estuvo lejos siete años, hasta que la imagen de La Independencia con su ola de enruanados cantando su nombre lo volvió a llamar. El regreso, así pasa en las tragedias, fue trágico y esta vez descendió.
Hoy Milgue sigue jugando. Tiene 34 años y luego de pasar por el Cali, el Arsenal de Sarandí y Quilmes otra vez, se está dando la pela en el Atlanta de la Primera B Metro de Argentina. La rodilla, obvio, la tiene vuelta nada. La pelotica, obvio, sigue atada a su pie.
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El Tiempo
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