Romperedes en su clubes y despilfarrador en la ‘Sele’. Cambiaría todo lo que ha ganado por conquistar a la gente en Colombia. Así es el Higuaín colombiano.
Tiene 32 años, 173 goles encima y dos continentes en su kilometraje. En los clubes donde ha jugado siempre ha dejado huella, fanaticada y goles. Los arqueros, cuando saben que está de amoríos con el gol, le huyen. Su vida, sin embargo, podría ser totalmente plena y feliz, si cuando se pusiera la camisa de su país el mundo no se le viniera encima.
Ambos, Gonzalo Higuaín y él, tienen esa única mancha en el balón. Le han sabido pegar en cualquier parte, lo han firmado de interna, externa y hasta de rabona en sus clubes, pero el espacio que la pelota tiene guardada para los héroes nacionales, ambos, lo tienen en blanco. Leyendas de club, enemigos públicos en su país.
Nuestro Higuaín debutó en Venezuela, en el Minerven. De allí regresó a su ciudad amada para jugar en el Barranquilla F.C. Ahí conocío a sus llaverías, Teo, Ruíz y Vladimir, y juntos subieron todos los escalones hasta ponerse la rojiblanca del Junior. Quedó campeón y goleador en Colombia. Luego se fue a Bélgica y lo ganó todo. Siguió por España, en el Sevilla, y le construyeron un monumento. Hoy está en Villarreal y está en llamas en la Liga.
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No le dé más vueltas. Es obvio: Carlos Bacca. Nadie más tiene el tiro tan fino y tan perdido a la vez. Nadie más en Colombia pasa de ser goleador a fantasma con solo montarse en un avión. Por esta y por las siguientes razones, creemos que Bacca y el ‘Pipa’ fueron paridos por el mismo vientre.
Pata-misil
De sus guayos solo salen zambombazos. Tienen la calidad para rematar con cualquier parte del pie; con el juanete, la uña encarnada, el pie de atleta, el callo… El poder está en la pecueca, no en la superficie. Así, a puros riflazos se han ganado el cariño en los clubes, los pichichis en las ligas y el amor de los hinchas. Nada más basta con preguntarle a un hincha del Sevilla, o del Napoli, o del Brujas. La respuesta siempre será la misma: “fenómenos”.
Buitres y cazadores
Solos están muertos. Para ser felices necesitan de la ayuda de un ’10’ mago que se las filtre y los ponga a comer puro gol. Sin un Çalhanoğlu, sin un Cazorla a sus espaldas pasan hambre y mueren desnutridos en plena cancha. Las gambetas les cuestan sangre, los firuletes simplemente no existen para ellos y requieren obligatoriamente que les dejen el balón ahí, muertecito en la línea, para empujarla adentro. Pero eso sí, cuando les sirven los filtros en bandeja se comen hasta los huesos y no fallan una.
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Amados y odiados
Todos los odian y todos los aman. En el Estadio de la Cerámica y en el San Siro son merecedores de las llaves de la ciudad. Pasan la vida por un camino de rosas hasta que el seleccionador nacional los llama y caen al infierno. En el ‘Metro’ y en el Monumental los odian, se burlan de ellos y con razón. Sin explicación y sin saber por qué, la serenidad, firmeza y la precisión se transforman en nerviosismo, cagalera y puros tiros perdidos.
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