Psicólogo en desuso, editor aficionado y futbolista recontra frustrado.
La opinión de los columnistas no refleja necesariamente la de Hablaelbalón.
Yerry se va a Liverpool y, aunque sea en el papel, el Everton será su equipo por las próximas cinco temporadas. Así terminó el sueño del Barça, un sueño que, de más no está decirlo, nunca comenzó. Para él y para nosotros, ingenuos, tal vez sí, pero para nadie más.
Que Mina triunfara en el Barcelona era un espejismo. No porque sea mal jugador o porque no tenga lo que se necesita para adaptarse, simplemente no era lo que quería el entrenador. Valverde necesitaba un destornillador de pala y no le servía uno de estrella, por muy bueno que fuera. Y esto no lo hace un “hijueputa” o un racista, valga la aclaración.
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A Valverde no le consultaron la llegada, nunca lo quiso, nunca lo pidió y nunca le creyó. A los directivos, claro, poco les importó. ¿Cómo les iba a importar? No pensaron ni en el jugador ni en el entrenador, pensaron en el superávit de veinte millones de euros que les dejó la operación. Comprar por doce millones al mejor central de Brasil, emperifollarlo con el glamour que le da a un futbolista poner “jugador del Barça” en su hoja de vida y venderlo bien vendido.
El paso de Yerry por Barcelona fue ficticio y pudo haberle salido muy caro. Seguro aprendió muchísimo de Messi y Suárez, pero al Mundial llegó con muy pocos minutos y en el primer partido fue suplente. Luego dio una muestra ejemplar de resiliencia y se convirtió en el mejor jugador de Colombia en Rusia. Pero ojo, el otro escenario era más probable: jugar un Mundial discreto o aunque sea no tan deslumbrante —que un central meta tres goles en tres partidos es una completa locura— y volver, sin cartel, a un club que lo despreciaba y que, llegada la fecha límite, lo hubiera cedido a donde fuera. “En últimas, nos salió muy barato”.
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Entonces, si sonó el Manchester United y finalmente llegó el Everton, fue por mérito propio del jugador. Yerry se salvó solito, haciendo goles y atropellando a Lewandowski demostró que está para cosas grandes. Al final todos salieron ganando: Valverde ya no tendrá que lidiar con un elefante blanco parqueado en el vestuario (ni con “nuestros” insultos en redes);Yerry irá confiado a un buen equipo de la Premier; y los directivos del Barcelona, a los que nunca les importó nada distinto que el billete, rentabilizaron al 200%. Maravilloso.
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