Psicólogo en desuso, editor aficionado y futbolista recontra frustrado.
La opinión de los columnistas no refleja necesariamente la de Hablaelbalón.
No está tan mal como dicen, a eso me refiero. Evidentemente ya no es el equipo que fue con Reinaldo, que cabalgó la Libertadores y que —por lo menos en Colombia— solía arrancar ganando virtualmente todos los partidos, contra quien fuera y en donde fuera. Eso algún día tenía que terminar. Ni los gigantes de Europa, cuyas nóminas mensuales valen lo que todo un club suramericano, logran perpetuar los picos de rendimiento. Nacional, en algún momento, tenía que caer. Ciclos, el fútbol es de ciclos.
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Bajo ese supuesto, los problemas realmente han sido dos: que la caída en el rendimiento se ha hecho demasiado larga y que las expectativas siempre han sido demasiado altas. Lo segundo casi explica lo primero. A Rueda lo reemplazaron con Lillo y a Lillo, con Almirón. No hubo coherencia ideológica en las transiciones; solo se trajeron nombres dorados con dogmas diferentes, que generaron mucha expectativa, hicieron del éxito obligación y que por los motivos que fuere fracasaron estrepitosamente. Todo esto magnificó y prolongó el bajón —la etapa de estabilización— que sí o sí iba a venir después de Rueda. Imagínese que en vez de Lillo, el sustituto hubiera sido el Arriero Herrera o cualquier otro interino. El equipo seguramente habría jugado por debajo de sus posibilidades, pero no habría entrado en la espiral de incertidumbre en la que entró tras el fracaso y las expectativas rotas que vinieron con el rocambolesco Lillo.
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Ahora sin Almirón y sin Libertadores, Nacional está entre los ocho y tiene pie y medio en la final de la Copa Águila. Triste lo de la Libertadores, sí, pero si no la pudieron ganar con Osorio, cuando eran un tromba “invencible”, ¿qué los hace pensar que con una nómina mal equilibrada, con escasos volantes de élite y que en fase de inestabilidad la iban a ganar? La Copa es jodida, por eso en casi treinta años (sin Almirón), apenas la ganaron dos veces. Por ese lado, no hay nada que lamentarse.
En cuanto al juego actual, es verdad que no es el más sofisticado. El Arriero ha “desescalado” la complejidad táctica y las altas aspiraciones estéticas. Volvió al doble pivote en la mitad y rápidamente se dio cuenta que no tiene hombres en la mitad para gobernar el balón y el espacio. Su Nacional es más cauto y se ha convertido en un equipo reactivo, más vertical, más afine a las características de los nombres que tiene a disposición. Así, sin adornos de más, en los últimos partidos se han visto cosas que nunca, o al menos no en la recta final, se le vieron al equipo de Almirón: triangulaciones con sentido y hacia delante, ruptura de líneas por adentro, intención y profundidad con laterales y extremos. Caminos al gol.
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Este Nacional ya no gana de nombre. Sufre y está aprendiendo a sufrir. Las victorias podrían ser más holgadas, el ritmo debería mantenerse durante los noventa y la posición en la tabla tendría que ser mejor. Claro. Pero en esta fase de depresión e inestabilidad, las cosas podrían estar peor. Piénsesela dos veces antes de llorar.
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Colombia.com
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